Si es cierto, Dios, que estás en el rabo de la blasfemia,
¡Vamos, entonces!
sacude la A mayúscula de tu Apatía secular,
despójate de esa barba cana y paternal con la que te has prestado en disfraz a un cartel que dura ya demasiado tiempo, deja de poner cara de tonto-bueno
y guarda tu Minuto estelar de Silencio,
que ha muerto León Felipe, el Gran Blasfemo.
Fue a través de las ondas de radiodifusión que hormiguean la cáscara de la manzana podrida donde le ha tocado en suerte nacer y vivir a este gusano que suscribe, y durante aquellos días en que los periodistas de profesión pagada hacían girar entre todos el manubrio de la pianola con el conocido estribillo de
Checoslovaquia sí,
Checoslovaquia no,
Checoslovaquia sí, que lo he visto yo
en que, intercalada entre dos hipos consecutivos de la pianola, nos sirvieron, como se sirve apresuradamente un sándwich, la noticia:
«Ha fallecido en Méjico, a la edad de tantos años, el poeta español León Felipe»
(A continuación, el retorno a la pianola)
¡De modo que se atreven a decir que el Poeta Maldito era español!
Pobre España, ¡cómo estiran los pregoneros tu pellejo reseco para descubrirte honores!
Se me ocurre que podríamos organizar ahora la Gran Carcajada, que se propague aquí en la Tierra como una ola de demencia de garganta en garganta, hasta que se desencajen las mandíbulas y el espasmo alcance al fondo de los alvéolos pulmonares, para quebrar por resonancia los siete estratos celestiales, y te haga saltar, Buen Dios, de tu Hamaca…
Pero sospecho que sería mucho desear, porque mal haría un rebaño de sordos incurables el papel de un coro de reidores. Están encallecidos los tímpanos del mundo.
Por otra parte, es necesario sentir una pena infinita para reír hasta el vómito de sangre.
Por consiguiente, me decido por expresarme en lenguaje geométrico, y por eso diré que los topógrafos han tomado con teodolitos caros, de piedra en piedra, las medidas a España.
Y si tienen en los archivos las medidas de España, estoy de acuerdo en que pueden hacerle un uniforme militar o una casulla, pero me asombra que digan que León Felipe, el Gran Blasfemo, el Emperador de los Lagartos, el Poeta Maldito, era español.
¿Es que no saben, tan elemental como es, según los inofensivos axiomas euclidianos, que los grande no tiene cabida en el interior de lo pequeño?
¿Es que no recuerda y no sabe nadie aquí que León Felipe le quedó grande a España, y que España lo abortó, entre náuseas y sangre?
Entonces, el Ladrón sacrílego del Salmo, encontró una matriz más propicia y fue de esa manera como más tarde surgió el grito en la poesía.
Que nadie diga entonces que León Felipe era español, y ello por dos razones:
Primera, porque si se aborta se pierde el derecho a reclamar el nombre de madre.
Segunda, porque como he dicho antes basando mi tesis en las leyes de la geometría, no es posible introducir una montaña en el recto de una rana.
Y fue esa montaña la que, por obra y gracia del empuje soberbio de su genio universal, y mientras los más entre los poetas construían sus versos con la cinta métrica y el pentagrama, entró en erupción incontenible e hizo, a gritos, poesía.
18 septiembre 1968
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