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miércoles, 31 de octubre de 2007

Fado Quimera







Eu quis um violino no telhado
e uma arara exótica no banho.
Eu quis uma toalha de brocado
e um pavão real do meu tamanho.
Eu quis todos os cheiros do pecado
e toda a santidade que não tenho.

Eu quis uma pintura aos pés da cama
infinita de azul e perspectiva.
Eu quis ouvir as Cármina Burana
na hora da orgia prometida.
Eu quis uma opulência de sultana
e a miséria amarga da mendiga.

Eu quis um vinho feito de medronho
de veneno, de beijos, de suspiros.
Eu quis a morte de viver dum sonho
eu quis a sorte de morrer dum tiro.
Eu quis chorar por ti durante o sono
eu quis ao acordar fugir contigo.

Mas tudo o que é excessivo é muito pouco.
Por isso fiquei só, com o meu corpo.

que más o menos (mi paupérrimo portugués) significa:

Yo quise un violín en el tejado
y un guacamayo exótico en el baño.
Yo quise una toalla de brocado
y un pavo real de mi tamaño.
Yo quise todos los olores del pecado
y toda la santidad que no tengo.

Yo quise una pintura a los pies de la cama
infinita de azul y perspectiva.

Yo quise escuchar Cármina Burana
en la hora de la orgía prometida.
Yo quise una opulencia de sultana
y la amarga miseria de mendiga.

Yo quise un vino hecho de madroño
de veneno, de besos, de suspiros.
Yo quise la muerte de vivir de un sueño
yo quise la suerte de morir de un tiro.
Yo quise llorar por tí durante el sueño
yo quise al despertar huir contigo.

Pero todo lo que es excesivo es muy poco.
Por eso quedé sola, con mi cuerpo.

Del disco Fado (1993), de la cantante Misia. Letra de Rosa Lobato Faria – N. Nazareth Fernandes

En vivo (canta elecarrera)

martes, 30 de octubre de 2007

Gardel

Carlos Gardel, por Arotxa
Para mí, lo inventamos.
Seguramente fue una tarde de domingo,
con mate,
con recuerdos,
con tristeza,
con bailables bajito en la radio
después de los partidos.
Seguramente nos dolía una foto en la pared,
algún no tengo ganas,
algún libro.

Yo creo que andaríamos así,
sonsos de aburrimiento,
solitariando viejos para qués,
sin mujer o sin plata,
y desabridos.

Seguramente nos sentimos de golpe
terriblemente solos,
muy huérfanos,
muy niños.
Tal vez tocamos fondo.
Tal vez alguien pensó en el amasijo.


Entonces, qué se yo,
nos pasó algo rarísimo.
Nos vino como un ángel desde adentro,
nos pusimos proféticos,
nos despertamos bíblicos.
Miramos hacia las telarañas del techo,
nos dijimos:

"Hagamos, pues, un Dios a semejanza
de lo que quisimos ser y no pudimos.
Démosle lo mejor,
lo más sueño y más pájaro
de nosotros mismos.
Inventémosle un nombre, una sonrisa
una voz que perdure por los siglos,
un plantarse en el mundo, lindo, fácil,
como pasándole ases al destino."

Y claro, lo deseamos
y vino.
Y nos salió morocho, glorioso, engominado,
eterno como un Dios o como un disco.
Se entreabrieron los cielos de costado
y su voz nos cantaba:
"Mi Buenos Aires querido..."

Eran como las seis,
esa hora en que empiezan los bailables
y ya terminaron todos los partidos.

Humberto Costantini (1924 – 1987)

lunes, 29 de octubre de 2007

en un cuadro de edward hopper

Edward Hopper - Morning sun

desvarío acaso cuando digo que esa mujer
desnuda
en la ventana
se
ha despojado del crepúsculo para que el aire llegue
finalmente
a
sus paisajes más remotos
ahora
que todo el mundo puede ver
que
sus pezones duermen torrencialmente
y
que una hecatombe de sombras llena sus ojos de bocas de lobo
ahora
que no es difícil adivinar
la
huella que ha dejado entre sus piernas
un
lento caracol de arena

quién podría decir que en la ventana no hay un incendio inmóvil
una
estatua de humo con breves pájaros en las puntas de los dedos
a
quién podría ocurrírsele confundirla con el reflejo del mar
con
la escasa lengua de yodo sobre las plumas de una gaviota

esa mujer tiene una enorme soledad apoyada en las rodillas
una
tormenta de caballos en sus labios apenas abiertos
y
yo puedo enumerar cada una de sus derrotas
en
los lunares de la espalda
dirán
como siempre que es sólo una habitación
invadida
por la luz de la tarde
solamente
una ventana
desde
la que se ven los patios abandonados
los
juguetes oxidados de una casa arrasada por la ausencia
pero
el leve movimiento de sus párpados
agita
el agua de las botellas
lanza
el océano contra las paredes de los vasos
hunde
veleros y sueños en una sola de sus lágrimas

me pregunto si acaso es necesario repetir que desde sus pies hasta el cielo
su
estatura es la distancia exacta del abismo
o
el espacio imprescindible para guardar los gemidos y las sombras
qué
importa entonces si nunca ha oído hablar del teorema de pitágoras
o
si sabe que su pecho izquierdo forma un ángulo recto con la costa
lo
que importa en realidad
es
que se ha desnudado lentamente
y
ahora hay un ejército de olores en la penumbra del suelo
mientras
los espejos multiplican el perfil de sus nalgas
ante
una jauría de perros de saliva
qué
importa su nombre ahora que inclina el vientre
hasta
rozar el recuerdo del hombre que la mira
ahora
que suspira profundamente
con
un sonido que hace pedazos la neblina

desvarío acaso cuando digo que cualquier solitario
podría
ocultar sus crímenes y sus parques
en
la escarpada playa de sus dientes
o
que no lloverá
hasta
que ella haya cubierto las dos mitades de su luna
y
decida finalmente elegir entre el otoño y el color de los árboles
o
deje de mover el mundo
cuando
alza una mano y la apoya
en
la transparencia del viento

Gerardo di Masso


domingo, 28 de octubre de 2007

Si mañana me matan en Bagdad

Señor Presidente de los Estados Unidos de América.
Señor Primer Ministro de la Gran Bretaña.
Señor Presidente
de la República de Irak.
Y todos ustedes, cómplices de las siniestras sombras:

Si mañana me matan en Bagdad,
Si otra vez muero mañana en Tian-An-Men,
Si otra vez me asesinan en Chiapas, en Vietnam, en Hiroshima,
En Treblinka, en Dachau, en Buenos Aires,
Si nuevamente los Asirios, los Persas, los Romanos,
Los Católicos Reyes, los Nazis, Stalin y los Yankees,
Los Imperios del Mal encadenados,
Los que cortan cabezas y arrojan bombas de napalm
Sobre los niños,
Queman seres humanos para robar el oro de sus dientes,
Desde su abismo, sentados en su abismo
cancelan la vida de miles de millones .

Si mañana matan al niño de Bagdad, al anciano que repara el zapato,
A la mujer que canta mientras cura al enfermo,
A la niña que baila y es el pueblo,
Al hombre que en el alba prepara el pan de todos
Y agradece a su Dios.

Si mañana asesinan a todas las promesas
Que viven en la viviente vida,
En cada ser humano que busca completar
Su destino en la Tierra:

Yo, anónimo poeta de América del Sur,
El hijo de un pequeño judío, el padre
De mi propio Destino, un ser humano más,
Un humanista más junto a millones
De otros seres humanos
Les advierto y les digo:

Ya basta. Saldrán de la Historia y del planeta.
Sólo son el rostro del espanto, el abismo sin nombre,
lo protohumano son, nunca lo humano:
el porvenir que canta.

Ya basta. Ahora nosotros cancelamos las sombras.
No habrá más dioses, ni hombres, ni patrias, ni dinero
Asesinando al niño de Bagdad, al porvenir que canta.

Ya basta. Ahora nosotros llegamos del futuro,
Para traer desde el futuro un canto:
El poema del hombre
Que del abismo oscuro
Renace a la luz del Sentido,
del Sagrado Sentido de la existencia humana.


Isaías Nobel
Buenos Aires, febrero 7, 2003.


Escuchar el poema recitado por su autor

sábado, 27 de octubre de 2007

Nana anticipada al hijo que me ha de nacer

Si rodaran las lunas

como suelen rodar,

cuando tu luna toque

nacerás, para inútil

juguete entre dos playas

de arena hecha de ceros.

Si arrastrases la herencia

de nudos de mi frente,

si trajeras del sueño

mis cargas de ansiedad,

serán desde algún día,

en antítesis grave,

la vida y la muerte,

compañeras absurdas,

tus enemigas fieras.

Te acunarán primero

ensueños de algodones,

y te irán despertando

en dulce procesión

dádivas de fragancias,

y las suaves heridas

de la naturaleza,

cuando se dé la vida

con sus besos tranquilos

en tu sangre aún no espesa.

Pero, más adelante,

si has copiado el veneno

dañino de mi entraña,

crecerán una vez

alas a tus preguntas,

y levantará el vuelo

peligroso tu espíritu.

Y sentirás que duele

en el alma del alma

ver cómo tus cuestiones

resbalan torpemente

por un hiperboloide

de nada y de reflejos,

y descubrir al tiempo

cómo regresan trozos

en rechazo incoherente,

con disfraz de respuestas.

Te volverás a mí,

para acusarme, acaso.

Yo, ahora, adelanto,

antes de que me embriague

el pozo de tus ojos

y de que me ciegue

tu mímica incipiente,

la medida probable

de mi parte de culpa

en este teatro necio

de tú actor, nada el resto.

Confieso que no vienes

de mi eslabón-consciencia

impulsada a seguir

forjando una cadena:

provienes sobre todo

de mi carga de simio

copión y lacrimoso.

Y más que de mí mismo

del azar eres hijo,

que a unos naipes borrachos

de cromosomas ciegos

te jugó la partida.

En mi arrepentimiento,

para purgar, prometo,

esconderte verdades,

quiero decir el hueco

vacío de las mentiras

redondas que me asfixian.

Te arrullaré con nanas

que me sé, caramelos

para dormir despierto,

para morir en vida.

Y espero,

que si las lunas ruedan

como suelen rodar,

cuando mi luna toque,

me sabrás perdonar.


P. Crespo

viernes, 26 de octubre de 2007

Oda a la alcachofa (2)

La alcachofa
de tierno corazón
se vistió de guerrero,
erecta, construyó
una pequeña cúpula,
se mantuvo
impermeable
bajo
sus escamas,
a su lado
los vegetales locos
se encresparon,
se hicieron
zarcillos, espadañas,
bulbos conmovedores,
en el subsuelo
durmió la zanahoria
de bigotes rojos,
la viña
resecó los sarmientos
por donde sube el vino,
la col
se dedicó
a probarse faldas,
el orégano
a perfumar el mundo,
y la dulce
alcachofa
allí en el huerto,
vestida de guerrero,
bruñida
como una granada,
orgullosa,
y un día
una con otra
en grandes cestos
de mimbre, caminó
por el mercado
a realizar su sueño:
la milicia.

En hileras
nunca fue tan marcial
como en la feria,
los hombres
entre las legumbres
con sus camisas blancas
eran
mariscales
de las alcachofas,
las filas apretadas,
las voces de comando,
y la detonación
de una caja que cae,
pero
entonces
viene
María
con su cesto,
escoge
una alcachofa,
no le teme,
la examina, la observa
contra la luz como si fuera un huevo,
la compra,
la confunde
en su bolsa
con un par de zapatos,
con un repollo y una
botella
de vinagre
hasta
que entrando a la cocina
la sumerge en la olla.

Así termina
en paz
esta carrera
del vegetal armado
que se llama alcachofa,
luego
escama por escama
desvestimos
la delicia
y comemos
la pacífica pasta
de su corazón verde.

Pablo Neruda

En sus Odas elementales Neruda se enfrentó a la tarea de cantar las cosas que la naturaleza ofrece o muestra de modo inmediato. Se trata de una labor harto difícil, que el poeta resolvió de modo insuperable. Esta su Oda a la alcachofa se mide sin desmerecer frente a la joya primorosa que es la que presentamos ayer.

jueves, 25 de octubre de 2007

Oda a la alcachofa

Hija del agua y de la tierra,
su abundancia se ofrece a quien la espera
encerrada en su castillo de avaricia.
Parece por su blancura
y por lo inaccesible de su refugio,
una virgen griega
protegida por un velo de lanzas.

Ben al-Talla, poeta árabe del siglo XI

“Figlia dell’acqua e della terra, la sua abbondanza si offre a chi la sospetta chiusa in un castello di avarizia. Sembra, per il suo biancore e per l’inaccessibile rifugio, una vergine greca nascosta in un velo di spade”.

miércoles, 24 de octubre de 2007

La soledad: sus cosas

Edward Hopper - Automat

La soledad es un sapo taciturno
que contagia de gris lo que contemplan
sus pacientes ojos hemisféricos.

La soledad es un caracol flemático
que ensaliva sin diligencia techos y paredes.

La soledad es una perenne lluvia mínima
que penetra ladrillos, mármoles, mesas y sombreros.

La soledad es un abrazo que circunda
y que nunca desatiende a su presa.

La soledad, desde siempre deshabitada,
se colma si acaso de ecos de sí misma.

Y se nutre, la soledad, de multitudes urbanas
que pasan rozando armadas de muros de distancia.


P. Crespo

martes, 23 de octubre de 2007

Oda al gato

Los animales fueron
imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.

Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.

El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.

El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.

No hay unidad como el,
no tiene
la luna ni la flor
tal contextura:
es una sola cosa
como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno
firme y sutil es como
la línea de la proa de una nave.

Sus ojos amarillos
dejaron una sola
ranura
para echar las monedas de la noche.

Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas
cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.

Oh fiera independiente
de la casa, arrogante
vestigio de la noche,
perezoso, gimnástico
y ajeno,
profundísimo gato,
policía secreta
de las habitaciones,
insignia
de un
desaparecido terciopelo,
seguramente no hay
enigma
en tu manera,
tal vez no eres misterio,
todo el mundo te sabe y perteneces
al habitante menos misterioso,
tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios, tíos,
de gatos, compañeros,
colegas,
discípulos o amigos
de su gato.

Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica,
el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.

Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen números de oro.


Pablo Neruda (Navegaciones y regresos)

jueves, 18 de octubre de 2007

Una pregunta (en la entrada del siglo XXI)

En el siglo doce, el geógrafo oficial del reino de Sicilia, Al Idrisi, trazó el mapa del mundo, el mundo que Europa conocía, con el sur arriba y el norte abajo. Eso era habitual en la cartografía de aquellos tiempos. Y así, con el sur arriba, dibujó el mapa sudamericano, ocho siglos después, el pintor uruguayo Joaquín Torres García. «Nuestro norte es el sur» dijo. «Para irse al norte, nuestros buques bajan, no suben».

Si el mundo está, como ahora, patas arriba, ¿no habrá que darle la vuelta, para que pueda pararse {En gran parte de la América de habla hispana, pararse significa ponerse de pie }

* El derecho al delirio

Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. Y la cuenta de

los años de la era cristiana proviene de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuándo nació.

El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece, pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.

* Una invitación al vuelo

Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.

La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar.

¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y

de las humanas pasiones;

en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;

la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;

el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;

la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;

se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir para vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;

en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;

los economistas no llamarán “nivel de vida” al nivel de consumo, ni llamarán “calidad de vida” a la cantidad de cosas;

los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas;

los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;

los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;

la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;

la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;

nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene;

el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;

la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;

los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;

los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;

la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;

la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;

la justicia y la libertad, hermanas siamesas, condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;

una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América, una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;

en Argentina, las “locas” de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;

la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”;

serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;

los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;

seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;

la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses, pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

Eduardo Galeano

Discurso de Sócrates a los atenienses que acababan de condenarle a muerte

Por no querer esperaros muy poco tiempo, atenienses, vais a ser reprobados y acusados por los que quieran difamar la ciudad acusándola de haber hecho morir a Sócrates, hombre sabio —porque dirán que yo era sabio, aunque no lo sea, los que os quieran insultar—, y si os hubieseis esperado un poco, ello os hubiera venido por sí solo, pues ya veis que mi edad es avanzada y se halla tan lejos de la vida como cerca de la muerte. Y no digo eso por todos vosotros, sino por los que han votado mi muerte. Y todavía les diré otra cosa. Tal vez penséis, atenienses, que por falta de hallar razones para persuadiros no he dicho todo cuanto era menester para huir la acción de la justicia. Muy lejos de eso. No ha sido por falta de razones, sino por falta de osadía y de descaro, y por no haberos querido decir todas esas cosas que tanto os hubiera complacido escucharme: mis lamentaciones y plañidos, y todas las demás acciones y numerosas palabras, indignas de mí, como ya os he dicho, que acostumbráis oír a los demás; pero ni entonces me ha parecido tener que hacer, por miedo al peligro, cosa indigna de un hombre libre, ni ahora me arrepiento de haberme defendido de ese modo, sino que prefiero morir después de defenderme así, a vivir habiéndome defendido como ellos. Porque ni ante los tribunales ni en la guerra, ni a mí ni a hombre alguno, debe ser permitido usar toda clase de procedimientos para evitar la muerte. Porque en las batallas se hace a menudo evidente que muchos podrían escapar de la muerte arrojando las armas o aplacando con súplicas a quien los persigue.

Y hay otras muchas maneras, según la clase de peligros, para evitar la muerte cuando un hombre se halla dispuesto a decirlo y a hacerlo todo. Que no es lo más difícil, ciudadanos, evitar la muerte, sino mucho más difícil evitar la maldad, que corre más aprisa que la muerte. Por eso yo, que soy viejo y ando ya tan despacio, me he dejado alcanzar por la más lenta de las dos; mientras mis acusadores, que son más vigorosos y pueden correr más, se han dejado atrapar por la más rápida: la maldad. Yo ahora me iré cargado con vuestra pena de muerte; pero ellos, condenados por la verdad con la pena de infamia y de injusticia. Yo soportaré mi pena y ellos la suya. Que esto es tal vez lo que debía ocurrir, y pienso que está bien como está.

Después de esto, deseo haceros un vaticinio a los que me habéis condenado. Porque yo me encuentro en un momento en que los hombres pueden vaticinar:

cuando están a punto de morir. Pues bien, yo os digo, hombres que me hacéis matar, que tendréis inmediatamente después de mi muerte vuestro castigo, y mucho más cruel, por Zeus, que la muerte a que me condenáis. Pues ahora habéis hecho esto pensando haberos librado de tener que dar cuenta de vuestras vidas, y os vendrá todo lo contrario; os lo aseguro. Ahora os saldrán los censores, y en mayor número: que yo hasta ahora los contenía y no lo sabíais vosotros. Y serán mucho más severos cuanto más jóvenes sean, y os mortificarán mucho más; porque si pensáis que matando a los hombres impediréis que nadie os repruebe el no vivir como es menester, no reflexionáis bien. Pues el deshacerse de ellos de esa manera no es jamás, en efecto, del todo posible, ni es honrado, sino que es más fácil y más honrado no atajar el camino a los demás y esforzarse uno mismo en volverse lo mejor posible. Esto es lo que a vosotros, los que habéis votado en contra mía, os predigo al retirarme. En cuanto a los que han votado mi absolución, yo conversaré con ellos de buen grado acerca de lo que acaba de suceder, mientras los magistrados vayan cumpliendo su tarea y yo espere que me lleven donde deba morir. Quedaos, pues, durante ese tiempo junto a mí. Que nada nos impida conversar mientras podamos hacerlo, porque por ser mis amigos os quiero explicar lo que me ha sucedido y lo que significa. Me ha sucedido, jueces —ya que a vosotros más que a nadie podría llamar jueces—, una cosa de maravilla. Aquella acostumbrada voz profética, la de mi demonio familiar, que siempre, hasta ahora y tan a menudo, me ha hablado, conteniéndome en las cosas más insignificantes, cuando yo estaba a punto de no proceder bien, ahora, cuando me ha sucedido lo que todos habéis podido ver, una cosa que a muchos parecería y ellos juzgarían ser como un mal extraño: ni cuando he salido esta mañana me ha detenido aquella señal del dios, ni cuando me venía hacia esta tribuna, ni mientras ante él hablaba, en nada de lo que me proponía decir. Y sin embargo, otras veces, en medio de lo que iba diciendo, me venía a interrumpir. De manera que ahora en este asunto, no se me ha opuesto nada en ninguna de mis acciones ni de mis palabras. ¿A qué causa debo atribuir esto? Yo os lo diré: es muy probable que lo que me está pasando sea un bien, y sin duda nos equivocamos si creemos que el morir sea un mal. Y de esto he tenido una gran prueba. Y es que la señal no hubiera dejado de oponérseme si hoy no hubiese yo salido a hacer algo bueno. Y todavía conoceremos en otra cosa cómo es menester esperar mucho que esto sea un bien. El morir es de dos cosas una: o es para el que muere no ser nada ni sentir nada ni pensar nada; o, como suele decirse, viene a ser una especie de cambio y tránsito del alma, de aquí a otro lugar. Si no hay en la muerte sentimiento alguno, sino que viene a ser como el sueño que experimenta el que duerme y no sueña ni ve nada, la muerte debe ser una maravillosa ventaja, pues yo estoy cierto de que si alguno escoge una noche en la que haya quedado dormido sin ver ningún sueño, y compara esa noche con las demás noches y los demás días de su vida, y ha de decir pensándolo bien qué días y qué noches ha vivido mejores que esa noche, hallará muy contadas las noches como ésa junto a los días y las noches como aquéllas; por eso, si la muerte es una cosa así, yo sostengo que es una gran ventaja. Porque entonces todo el tiempo no debe parecer sino una sola noche.

Pero si la muerte es un viaje de aquí a otro lugar, y son verdad las cosas que se dicen, de que allí se encuentran todos los que mueren, ¿qué bien mayor que éste habrá, jueces? Pues si el que llega al Hades, ya librado, en efecto, de esos que se llaman jueces, se halla con los que son jueces de veras, los que según se dice juzgan allí abajo, Minos, Radamante y Eaco, y Triptólemo y todos los demás semidioses que han sido justos durante su vida, ¿diremos que éste es un viaje despreciable? ¿Y qué no daríamos para poder tratarnos con Orfeo y Museo, y Hesíodo y Homero? Yo quisiera morir muchas veces si todo eso fuese verdad. Y además, ¿qué admirable ocupación no sería, sobre todo para mí, cuando me hallase junto a Palamedes y Ayax, hijo de Telamón, u otro alguno de los antiguos muertos por sentencia injusta, comparar mi desgracia con la suya? —me parece que no sería cosa desagradable—. Y sobre todo pasarme el tiempo como aquí, interrogando y examinando a los de allá abajo, para ver si alguno es sabio y si alguno cree serlo y no lo es. ¡Qué no se podría dar, jueces, para poder examinar al que condujo a Troya aquel numeroso ejército, o a Ulises o a Sísifo, o a otros mil que podríamos nombrar, hombres y mujeres, con los cuales fuera inefable de tanta felicidad conversar allá abajo y tratarse con ellos y examinarlos! Porque allí, a lo menos, no hacen morir por esas cosas: y entre otras dichas, que no tenemos los de aquí, los de allá abajo son inmortales, si es verdad lo que se dice. Así pues, jueces, es menester que tengáis buena esperanza en la muerte, y en reconocer como cosa verdadera que no hay ningún mal para el hombre bueno mientras vive ni cuando muere, ni su causa es nunca descuidada por los dioses. Pues nada de cuanto ahora me sucede viene del azar, sino que me es evidente que el morir y liberarme de los pesares de la vida es lo mejor que podía sucederme. Por eso la seña no me ha prohibido nada hoy, y yo no me quejo de los que han votado mi condena ni de mis acusadores. Es cierto que no me han condenado y acusado sino creyendo que me perjudicaban. Y esto podría yo echárselo en cara con razón.

Con todo, les agradecería una cosa: ciudadanos, cuando mis hijos sean mayores, castigadlos, inquietadlos de la misma manera como yo os he inquietado, cuando os parezca que prefieren el dinero y otra cosa cualquiera a la virtud; y cuando se figuren ser algo no siendo nada, reprendedlos como yo os he reprendido, porque no se ocupan en lo que deben ocuparse y se dan importancia no siendo nadie. Y si lo hacéis así, ellos y yo os tendremos que agradecer vuestra justicia.

Pero ya es hora de irnos: yo a morir, vosotros a vivir. Quien de nosotros se lleva la mejor parte, no lo sabe nadie sino el dios.

Platón

miércoles, 17 de octubre de 2007

Líneas de universo

Como cada mañana, ella daba los últimos retoques a su maquillaje frente al espejo del baño, a los sones del segundo movimiento de su concierto favorito de Mozart, que le proporcionaba serenidad para afrontar el día. Al mismo tiempo, él se ajustaba el cuello de la camisa, también frente a un espejo, mientras desde la sala acudían los acordes de la difícil Sonata fácil de Mozart; la repetía siempre a esa hora, porque terminaba de darle ánimos. Ambos hubieran podido verse frente a frente, de no ser por los espejos y esa pared medianera que separaba los dos cuartos de baño de dos casas simétricas, de dos edificios colindantes.

Minutos después, ella tomaba el ascensor, descendía siete pisos y salía a la calle diecisiete. Casi a la vez, él bajaba también en ascensor siete plantas, para pisar poco después la acera de la calle dieciocho. Había huelga de autobuses, y cada uno hubo de hallar su modo de acudir al trabajo.

Pasaron diez horas. Afuera languidecía ya la tarde, y el planeta Venus se hundía rutilante en el ocaso, cuando ambos se hallaban de nuevo frente a frente, en un vagón abarrotado del metro. Sin pared intermedia esta vez. Así que se vieron. Y se miraron. Y se gustaron. Mucho.

― ¿Baja aquí? ― preguntó él algo más tarde.

― Sí ― sonrió ella, con chispitas en los ojos.

Poco después, en la cafetería de la estación del metro, ella le dijo que se llamaba Ivette, porque era de ascendencia francesa. Él le dijo que qué casualidad, que él se llamaba Ivo, aunque no sabía por qué. Ella le contó que releía con frecuencia a Proust, porque siempre le descubría algún matiz nuevo, a veces sobre aromas, otras sobre la forma de mirar con ojos nuevos las cosas cotidianas. Él opinó que Proust le parecía en exceso prolijo, pero a cambio le recitó unos versos de Baudelaire, para impresionarla. Ella se mostró impresionada. A él le gustó la discreción del perfume silvestre de Yvette. A ella la sobria elegancia del reloj de Ivo. Él le habló de la película que recién había visto y de la espléndida frase que pronuncia el replicante cuando, sintiéndose morir, deja volar libre a una paloma. Ella aprovechó para atraerlo a su terreno, y pasaron filosofando un rato. Cuando terminó su café con leche y su madalena, ella sabía que había encontrado al hombre de su vida. Cuando acabó de apurar su café, él pensó que tenía una aventura.

Minutos más tarde, en el corredor del metro, los dos se sorprendieron viendo sus rostros tan cercanos, cuando se agacharon espontáneamente para dejar unas monedas en la cestita del violinista que tocaba en el pasillo. Ivo se ahogó en la insondable mirada de Ivette. Ella leyó todos los secretos de Ivo en los claros ojos de él, y fue así como supo que había dado con su amor eterno. Él no supo nada. Un minuto más tarde, se besaban con ternura junto a la pared, cerca del violinista, que tocaba especialmente para ellos el Trino del diablo de Tartini.

Y entonces sucedió. Ella, como era de ascendencia francesa, sintió algo así como un «tremblement», lo cual afirmó su amor. Él, a pesar de la emoción, se dio cuenta de que estaban viviendo un terremoto real y de gran intensidad. Casi no se habían repuesto cuando una muchedumbre, que trataba de alcanzar presa del pánico la superficie de la calle, abarrotó en avalancha el corredor, arrastrando separadamente a los dos en direcciones opuestas en un remolino asfixiante. Se estuvieron buscando hasta el amanecer, pero no se encontraron.

Una mañana, muchos años más tarde, ella se ponía las lentillas frente al espejo, y se aplicaba un toque de perfume de nombre francés y aire de campiña italiana. Al fondo sonaba el Trino del diablo, que no había dejado de escuchar desde aquel día. Se preguntaba por qué, si bien podemos ir «en busca del tiempo perdido», nunca nos es dado regresar para capturar ese momento exacto que se nos escapó para siempre quizás. Aunque quién sabe, es posible que se hubiera tratado tan sólo de una aventura.

A la vez, al otro lado del espejo, él se afeitaba una barba que se insinuaba canosa, mientras los altavoces de la sala repetían un día más la melodía de Tartini. Meditaba la cuestión de los universos paralelos, cuando le dio por pensar en la irreversibilidad del tiempo, que le había arrebatado a la que, quién sabe, hubiera sido seguramente la mujer de su vida, porque al fin y al cabo era probable que, como dijo una vez Oscar Wilde, «la única diferencia entre una aventura y un amor eterno es que la aventura dura un poco más».

P. Crespo

miércoles, 10 de octubre de 2007

Laika

El próximo 3 de noviembre se cumplen 50 años del primer viaje espacial de un ser vivo en torno a la Tierra. El grupo mecano (I. Cano) le dedicó una canción (Álbum: Descanso dominical)


Era rusa y se llamaba Laika
ella era una perra muy normal
pasó de ser un corriente animal
a ser una estrella mundial.

La metieron dentro de una nave
para observar la reacción
ella fue la primera astronauta
en el espacio exterior

preparando está ya el cohete para zarpar
el control en tierra dice a Laika adiós

en la base todo era silencio
esperando alguna señal
todos con los cascos en la oreja
oyeron a la perra ladrar

mientras en la tierra una gran fiesta
gritos, risas, llantos y champagne
Laika miraba por la ventana
¿qué será esa bola de color
y qué hago yo girando alrededor?

preparando está ya el cohete para zarpar
el control en tierra dice a Laika adiós
una noche en el telescopio
una nueva luz apareció
nadie pudo darle una explicación
al asomo del nuevo sol

y si hacemos caso a la leyenda
entonces tendremos que pensar
que en la tierra hay una perra menos
y en el cielo una estrella más

Aunque leído no se capta bien el tempo, al escucharla gana mucho.

Che 1997


Lo han cubierto de afiches de pancartas
de voces en los muros
de agravios retroactivos
de honores a destiempo

lo han transformado en pieza de consumo
en memoria trivial
en ayer sin retorno
en rabia embalsamada

han decidido usarlo como epílogo
como última thule de la inocencia vana
como añejo arquetipo de santo o satanás

y quizás han resuelto que la única forma
de desprenderse de él
o dejarlo al garete
es vaciarlo de lumbre
convertirlo en un héroe
de mármol o de yeso
y por lo tanto inmóvil
o mejor como mito
o silueta o fantasma
del pasado pisado

sin embargo los ojos incerrables del che
miran como si no pudieran no mirar
asombrados tal vez de que el mundo
no entienda que treinta años después sigue bregando dulce y tenaz por la dicha del hombre.

Mario Benedetti



Tristeza en la muerte de un héroe

Los que vivimos esta historia, esta muerte y resurrección de nuestra esperanza enlutada,

los que escogimos el combate y vimos crecer las banderas, supimos que los más callados

fueron nuestros únicos héroes y que después de las victorias llegaron los vociferantes

llena la boca de jactancia y de proezas salivares.

El pueblo movió la cabeza:

y volvió el héroe a su silencio.

Pero el silencio se enlutó hasta ahogarnos en el luto cuando moría en las montañas

el fuego ilustre de Guevara.

El comandante terminó asesinado en un barranco.

Nadie dijo esta boca es mía.

Nadie lloró en los pueblos indios.

Nadie subió a los campanarios.

Nadie levantó los fusiles, y cobraron la recompensa aquellos que vino a salvar

el comandante asesinado.

¿ Qué pasó, medita el contrito, con estos acontecimientos?

Y no se dice la verdad pero se cubre con papel esta desdicha de metal.

Recién se abría el derrotero y cuando llegó la derrota fue como un hacha que cayó

en la cisterna del silencio.

Bolivia volvió a su rencor, a sus oxidados gorilas, a su miseria intransigente,

y como brujos asustados los sargentos de la deshonrra, los generalitos del crimen,

escondieron con eficiencia el cadáver del guerrillero como si el muerto los quemara.

La selva amarga se tragó los movimientos, los caminos, y donde pasaron los pies

de la milicia exterminada hoy las lianas aconsejaron una voz verde de raíces

y el ciervo salvaje volvió al follaje sin estampidos.


Pablo Neruda (al Che)

El gran relincho

The most beautiful neigh of the world

La gente suele decir, los americanos,

los norte-americanos suelen decir:

León Felipe es un "Don Quijote"

No tanto, gentlemen, no tanto.

Sostengo al héroe nada más ...

y sí, puedo decir ...

y me gusta decir:

que yo soy Rocinante.

No soy el héroe,

pero le llevo sobre el magro espinazo de mis huesos

y le oigo respirar ...

y he aprendido a respirar como él...

y a injuriar

y a blasfemar

y a maldecir

y a relinchar.

A mí me gusta mucho relinchar.

"¡Oh, hideputas! ... estos malos encantadores que me persiguen"

¿Cómo es aquel relincho, americanos?

Aquel que empieza:

¡Justí-í-í-cia!!

Aquí el acento cae sobre la í,

muy agudo y sostenido

como un vibrante y estridente cornetín:

¡Jus-tí-í-í-í-cia!! ¡Qué bonito relincho!

A Rocinante le gusta mucho relinchar.

Y a mí también me gusta mucho relinchar.

Tenéis que aprender, americanos.

Venid. Vamos a relinchar ahora,

ahora mismo todos juntos,

desde el capitolio de Washington...

fuerte, fuerte, fuerte...

hasta que el relincho llegue a Viet Nam

y lo oigan todos los vietnamitas,

y a Cuba también

y lo oigan todos los cubanos,

como el cornetín

de la gran victoria universal,

hasta que lo oigan los hombres todos de la tierra

como el cese definitivo de todas las hostilidades del planeta.

¡Justí-í-í-í-cia! ¡Oh, qué hermoso relincho!

The most beautiful neigh of the worid.


León Felipe

Che Comandante

No porque hayas caído
tu luz es menos alta.
Un caballo de fuego
sostiene tu escultura guerrillera
entre el viento y las nubes de la Sierra.
No por callado eres silencio.
Y no porque te quemen,
porque te disimulen bajo tierra,
porque te escondan
en cementerios, bosques, páramos,
van a impedir que te encontremos,
Che Comandante,
amigo.

Con sus dientes de júbilo
Norteamérica ríe. Mas de pronto
revuélvese en su lecho
de dólares. Se le cuaja
la risa en una máscara,
y tu gran cuerpo de metal
sube, se disemina
en las guerrillas como tábanos,
y tu ancho nombre herido por soldados
ilumina la noche americana
como una estrella súbita, caída
en medio de una orgía.
Tú lo sabías, Guevara,
pero no lo dijiste por modestia,
por no hablar de ti mismo,
Che Comandante,
amigo.

Estás en todas partes. En el indio
hecho de sueño y cobre. Y en el negro
revuelto en espumosa muchedumbre,
y en el ser petrolero y salitrero,
y en el terrible desamparo
de la banana, y en la gran pampa de las pieles,
y en el azúcar y en la sal y en los cafetos,
tú, móvil estatua de tu sangre como te derribaron,
vivo, como no te querían,
Che Comandante,
amigo.

Cuba te sabe de memoria. Rostro
de barbas que clarean. Y marfil
y aceituna en la piel de santo joven.
Firme la voz que ordena sin mandar,
que manda compañera, ordena amiga,
tierna y dura de jefe camarada.
Te vemos cada día ministro,
cada día soldado, cada día
gente llana y difícil
cada día.
Y puro como un niño
o como un hombre puro,
Che Comandante,
amigo.

Pasas en tu descolorido, roto, agujereado traje de campaña.
El de la selva, como antes
fue el de la Sierra. Semidesnudo
el poderoso pecho de fusil y palabra,
de ardiente vendaval y lenta rosa.
No hay descanso.
¡Salud, Guevara!
O mejor todavía desde el hondón americano:
Espéranos. Partiremos contigo. Queremos
morir para vivir como tú has muerto,
para vivir como tú vives,
Che Comandante,
amigo.


Che Comandante, de Nicolás Guillén

Che


Yo tuve un hermano.

No nos vinos nunca
pero no importaba.

Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.

No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.

Che, de Julio Cortázar


Tus manos

Cuando tus manos salen,
amor, hacia las mías,
qué me traen volando?
Por qué se detuvieron
en mi boca, de pronto,
por qué las reconozco
como si entonces, antes,
las hubiera tocado,
como si antes de ser
hubieran recorrido
mi frente, mi cintura?

Su suavidad venía
volando sobre el tiempo,
sobre el mar, sobre el humo,
sobre la primavera,
y cuando tú pusiste
tus manos en mi pecho,
reconocí esas alas
de paloma dorada,
reconocí esa greda
y ese color de trigo.

Los años de mi vida
yo caminé buscándolas.
Subí las escaleras,
crucé los arrecifes,
me llevaron los trenes,
las aguas me trajeron,
y en la piel de las uvas
me pareció tocarte.
La madera de pronto
me trajo tu contacto,
la almendra me anunciaba
tu suavidad secreta,
hasta que se cerraron
tus manos en mi pecho
y allí como dos alas
terminaron su viaje.

Pablo Neruda