Visite también......

jueves, 31 de enero de 2008

ELOY BLANCO



LETRA: ANDRÉS ELOY BLANCO
MÚSICA: MANUEL ÁLVAREZ (MACISTE)

Pintor nacido en mi tierra,
con el pincel extranjero,
pintor que sigues el rumbo,
de tantos pintores viejos.

Aunque la virgen sea blanca,
píntame angelitos negros,
que también se van al cielo,
todos los negritos buenos.

Pintor si pintas con amor,
¿porqué desprecias su color,
si sabes que en el cielo,
también los quiere dios?

Pintor de santos de alcoba,
si tienes alma en el cuerpo,
¿porqué al pintar en tus cuadros,
te olvidaste de los negros?

Siempre que pintas iglesias,
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste,
de pintar un ángel negro.

ANTJIE KROG Kroonstad Sudáfrica 1952



ANTJIE KROG Kroonstad Sudáfrica 1952
Tierra
Bajo órdenes de mis antepasados fuiste ocupada
si supiera un lenguaje podría escribir pues fuiste tierra mi tierra
sólo que nunca me quisiste a mí
por mucho que me estirara para echarme
en susurrantes cauchos azules
en el ganado con los cuernos bajos yendo hacia Diepvlei (Hondoarroyo)
meciendo sus temblorosas papadas bebiendo
en sedosas borlas en el caucho brotando gota a gota
en espinos que han resbalado hasta el vacío
a mí nunca me quisiste
a mí nunca pudiste soportarme
una y otra vez te sacudiste para librarte de mí
me levantaste
tierra, lentamente en mi boca no tuve más nombre
ahora se pelean por ti
te negocian dividen acorralan venden roban hipotecan
yo quiero irme bajo tierra contigo tierra
tierra que no me acoge
tierra que nunca me perteneció
tierra que amo más en vano que antes

Angelitos negros - ELOY BLANCO



LETRA: ANDRÉS ELOY BLANCO
MÚSICA: MANUEL ÁLVAREZ (MACISTE)

Pintor nacido en mi tierra,
con el pincel extranjero,
pintor que sigues el rumbo,
de tantos pintores viejos.

Aunque la virgen sea blanca,
píntame angelitos negros,
que también se van al cielo,
todos los negritos buenos.

Pintor si pintas con amor,
¿porqué desprecias su color,
si sabes que en el cielo,
también los quiere dios?

Pintor de santos de alcoba,
si tienes alma en el cuerpo,
¿porqué al pintar en tus cuadros,
te olvidaste de los negros?

Siempre que pintas iglesias,
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste,
de pintar un ángel negro.

miércoles, 30 de enero de 2008

"Consideraciones acerca del pecado" de Franz Kafka


-1-
"El camino verdadero pasa por una cuerda,
que no está extendida en alto
sino sobre el suelo.
Parece preparada más para tropezar
que para que se siga su rumbo".
- 2-
"Todos los errores humanos
son fruto de la impaciencia,
interrupción prematura de un proceso ordenado,
obstáculo artificial levantado
en derredor de una realidad artificial".
Franz Kafka

Un momento de felicidad


Un momento de felicidad,
tú y yo sentados en la baranda,
aparentemente dos, pero uno en alma, tú y yo.
sentimos el Agua de Vida que fluye aquí,
tú y yo, con la belleza del jardín
y el canto de las aves.
Las estrellas nos mirarán,
y les mostraremos
lo que es ser una fina luna creciente.
Tú y yo fuera de nosotros mismos, estaremos juntos,
indiferentes a conjeturas inútiles, tú y yo.
Los papagayos del paraíso harán el azúcar crujir
mientras reímos juntos tú yo.
de una forma en este mundo,
y de otra en una dulce tierra sin tiempo.

Rumi

La posteridad

"¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?"

Groucho Marx

Cada poema

"Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro."

Octavio Paz

martes, 29 de enero de 2008

"Destino de poeta" de Octavio Paz

(nota de Lingus: permitidme acabar esta noche "Octaviana", con otro cortísimo poema de este insigne mejicano...)

"Destino de poeta"

¿Palabras? Sí, de aire,
y en el aire perdidas.
Déjame que me pierda entre palabras,
déjame ser el aire en unos labios,
un soplo vagabundo sin contornos
que el aire desvanece.

También la luz en sí misma se pierde.

Final del largo poema "Entre la piedra y la flor", también de Octavio Paz

El dinero es el gran prestidigitador
Evapora todo lo que toca:
tu sangre y tu sudor,
tu lágrima y tu idea.
El dinero te vuelve ninguno.

Entre todos construimos
el palacio del dinero:
el gran cero.

No el trabajo: el dinero es el castigo.
El trabajo nos da de comer y dormir:
el dinero es la araña y el hombre la mosca.
El trabajo hace las cosas:
el dinero chupa la sangre de las cosas.
El trabajo es el techo, la mesa, la cama:
el dinero no tiene cuerpo ni cara ni alma.

El dinero seca la sangre del mundo,
sorbe el seso del hombre.

Escalera de horas y meses y años:
allá arriba encontramos a nadie.

Monumento que tu muerte levanta a la muerte.

"Biografía" y "Niño y Trompo", de Piedras Sueltas, de Octavio Paz

"Biografía"

No lo que pudo ser:

es lo que fue.

Y lo que fue está muerto.



(Nota de Lingus: Me permito incluir estos cortísimos poemas, -casi Haikus- ya que considero que el poemario de Octavio Paz llamado "Piedras Sueltas", escrito en 1.955, mucho antes de inventarse este blog, engarza como anillo al dedo, no solo por el paralelismo del nombre sino, y sobre todo, por la filosofía inoculada por Pneuma a este espacio virtual que tenemos el placer de compartir.....)

"Niño y trompo"


Cada vez que lo lanza

cae, justo,

en el centro del mundo.


(nota de Lingus: éste quiero dedicárselo expresamente a mi querido Ikiru, que para mí siempre fue, es y será hasta la sepultura, un niño de trompo, justo.... Con todo cariño...)

lunes, 28 de enero de 2008

"Intelijencia" de Juan Ramón Jiménez


!Intelijencia, dame

el nombre exacto de las cosas!

...Que mi palabra sea

la cosa misma,

creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos

los que no las conocen, a las cosas;

que por mí vayan todos

los que ya las olvidan, a las cosas;

que por mí vayan todos

los mismos que las aman, a las cosas...

!Intelijencia, dame

el nombre exacto, y tuyo,

y suyo, y mío, de las cosas!

(nota de Lingus: Creo que debo puntualizar, para aquellos que no lo supieran, que la J en la palabra "Intelijencia" no es un error de transcripción ni de edición, sino el reflejo de la conocida manía de Juan Ramón Jiménez de no diferenciar entre la letras J y la G, escribiendo unicamente Jotas)

"Sentido y elemento" de Juan Ramón Jiménez


!El sabor

de los aires con el sol!

!El frescor

de las piedras con el sol!

!El olor

de las olas con el sol!

!El color

de las llamas con el sol!

!El rumor

de las sangres con el sol!

"Nocturno" de Rafael Alberti


Toma y toma la llave de Roma,

porque en Roma hay una calle,

en la calle hay una casa,

en la casa hay una alcoba,

en la alcoba hay una cama,

en la cama hay una dama,

una dama enamorada,

que toma la llave,

que deja la cama,

que deja la alcoba,

que deja la casa,

que sale a la calle,

que toma una espada,

que corre en la noche,

matando al que pasa,

que vuelve a su calle,

que vuelve a su casa,

que sube a su alcoba,

que se entra en su cama,

que esconde la llave,

que esconde la espada,

quedándose Roma

sin gente que pasa,

sin muerte y sin noche,

sin llave y sin dama.

Recomendación

Nuestro compañero Rubén Olveira, coautor de este blog aunque solamente se ha estrenado con el poema Nerudianas, ver 1 noviembre 2007, nos recomienda el programa de radio de su amigo Julio Parissi:

El programa se titula 'El parque japonés' (La voz de las madres)

Lo realizan Julio Parissi y Carlos Milanesi.

Se sintoniıza los viernes a partir de las 20 horas en la frecuencia AM 530. Aunque no indica la ciudad se trata seguramente de un programa argentino, ya que Rubén habla de la hora en Argentina. Rubén lo recomienda especialmente por los comentarios sobre libros y películas.

El lema es: 'Donde las palabras quieren ser algo más que un enlace entre fragmentos de músıca o documentales y donde estos sones siempre se abrazan a todo lo que tenemos para contarte.'

En vivo en Internet: http://www.madres.org/

Correo electrónico: parquejapones@madres.org

sábado, 26 de enero de 2008

Microcuento

Durante cien años durmió la Bella. Un año tardó en desperezarse tras el beso apasionado de su príncipe. Dos años le llevó vestirse y cinco el desayuno. Todo lo había soportado sin quejas su real esposo hasta el momento terrible en que, después de los catorce años del almuerzo, llegó la hora de la siesta.


Ana María Shúa

Apolo y Dafne

Quise resistir la tentación de ilustrar el Soneto XIII de Garcilaso de la Vega con "Apolo y Dafne" de Gian Lorenzo Bernini, para escapar del hábito editorial que suele unir ambas creaciones.

Pero ¿cómo pensar en esta persecución mitológica, y acallar la imagen de la agitación (la del anhelo, la de la fuga, la de la metamorfosis) inverosímilmente estática, lograda por Bernini?

He sido derrotada por la Belleza.

viernes, 25 de enero de 2008

Soneto XIII




A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡Oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!


Garcilaso de la Vega


La pintura es de María Carrera.




jueves, 24 de enero de 2008

Acerca del vivir

El vivir no admite bromas.
Has de vivir con toda seriedad,
como una ardilla, por ejemplo;
es decir, sin esperar nada fuera y más allá del vivir;
es decir, toda tu tarea se resume en una palabra:
Vivir.
Has de tomar en serio el vivir.
Es decir, hasta tal punto y de tal manera
que aun teniendo los brazos atados a la espalda,
y la espalda pegada al paredón,
o bien llevando grandes gafas
y luciendo bata blanca en un laboratorio,
has de saber morir por los hombres.
Y además por hombres que quizás nunca viste,
y además sin que nadie te obligue a hacerlo,
y además sabiendo que la cosa más real y bella es
Vivir.
Es decir:
has de tomar tan en serio el vivir
que a los setenta años, por ejemplo,
si fuera necesario plantarías olivos
sin pensar que algún día serían para tus hijos;
debes hacerlo, amigo, debes hacerlo,
no porque, aunque la temas, no creas en la muerte,
sino porque vivir es tu tarea.

II
Sucede, por ejemplo,
que estamos muy enfermos;
que hemos de soportar una difícil operación;
que cabe la posibilidad
de que no volvemos a levantarnos de la blanca mesa.
Aunque sea imposible no sentir
la tristeza de partir antes de tiempo,
seguiremos riendo con el último chiste,
mirando por la ventana para ver
si el tiempo sigue lluvioso,
esperando con impaciencia
las últimas noticias de prensa.
Sucede, por ejemplo, que estamos en el frente,
por algo, por ejemplo, que vale la pena que se luche.
Nada más comenzar el ataque, al primer movimiento,
Puede caerse cara a tierra, y morir.
Todo esto hemos de aceptarlo con singular valor,
y a pesar de todo, preocuparnos apasionadamente
por esa guerra que puede durar años y años.
Sucede
que estamos en la cárcel.
Sucede
que nos acercamos
a los cincuenta años,
y que falten dieciocho más
para ver abrirse las puertas de hierro.
Sin embargo, hemos de seguir viviendo con los de fuera,
con los hombres, los animales, los conflictos y los vientos,
es decir, con todo el mundo exterior que se halla
tras el muro de nuestros sufrimientos;
es decir: estemos donde estemos
hemos de vivir
como si nunca hubiésemos de morir.

III
Se enfriará este mundo,
una estrella entre las estrellas;
por otra parte una de las más pequeñas del universo,
es decir, una gota brillante en el terciopelo azul,
es decir, este inmenso mundo nuestro.
Se enfriará este mundo un día,
algún día se deslizará
en la ciega tiniebla del infinito
-no como una bola de nieve,
no como una nube muerta-,
como una nuez vacía.
Desde ahora mismo se ha de sufrir por todo esto,
ha de sentirse su tristeza desde ahora,
tanto ha de amarse el mundo en todo instante,
se le ha de amar tan conscientemente
que se pueda decir: He vivido.
"

Nazim Hikmet (Turquía, 1902-1963)

El baño turco


Doris Lessing . . .




. . . escribió en el "Prefacio" a su "El cuaderno
dorado":


" Idealmente, lo que debería decirse y repetirse a cada niño
a través de su vida estudiantil, es algo así:

' Estáis siendo adoctrinados. Todavía no hemos encontrado
un sistema educativo que no sea de adoctrinamiento. Lo
sentimos mucho, pero es lo mejor que podemos hacer. Lo
que aquí se os está enseñando es una amalgama de los pre-
juicios en curso y las selecciones de esta cultura en parti -
cular. La más ligera ojeada a la historia os hará ver lo
transitorios que pueden ser. Os educan personas que han
sido capaces de habituarse a un régimen de pensamiento
ya formulado por sus predecesores. Se trata de un siste-
ma de autoperpetuación. A aquellos de vosotros que sean
más fuertes e individualistas que los otros, los animare-
mos para que se vayan y encuentren medios de educa -
ción por sí mismos, educando su propio juicio. Los que se
queden deben recordar, siempre y constantemente, que
están siendo modelados y ajustados para encajar en las
necesidades particulares y estrechas de esta sociedad
concreta'. "

Beppo

El gato blanco y célibe se mira
en la lúcida luna del espejo
y no puede saber que esa blancura
y esos ojos de oro que no ha visto
nunca en la casa son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
es apenas un sueño del espejo?
Me digo que esos gatos armoniosos,
el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede al tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Ennéadas.
¿De qué Adán anterior al paraíso,
de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?

Jorge Luis Borges


También se llamaba Beppo uno de los gatos de
Lord Byron.

Soneto a Jana


Cuando ya hacía algún tiempo que en casa de JMAiO ronroneaba, dormitaba y se paseaba con elegancia por las cimas de las espaldas de los sillones Alcibíades, un gato rescatado, en amoroso gesto, de las inclemencias de la calle, se me ocurrió enviarle la "Oda al gato" de Neruda, sin hacer mención del autor.

A vuelta de correo (cosa que ahora, desde que el correo marcha a lomo de electrones, se mide en minutos) recibí este simpático a la par que brillante soneto, dedicado a mi perra, y que reproduzco con su permiso (el permiso de JMAiO, que siempre queréis que lo aclare todo):

¿De dónde sales tú, can displicente,
siempre en perpetua agitación leonina?
¿De dónde sacas tu perpetua inquina
contra los perros, gatos y la gente?

A caminar tú sales puntualmente,
el bar Borrel calma tu hambre canina,
recibes cariño que es cosa fina.
¿A qué, pues, este perpetuo relente?

Ya veo la clave, pardiez, eres el sueño
que espolea de tu amo la ternura,
das, recibes cariño de tu dueño.

Con tu señorial y ágil compostura
le sacas a pasear, calmas su empeño
de meditación trascendente pura.

JMAiO, Barcelona, enero 2007

miércoles, 23 de enero de 2008

No volveré a ser joven

NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma
"Poemas póstumos" 1968

Bang, Bang (My Baby Shot Me Down)




Bang, Bang (My Baby Shot Me Down)

I was five and he was six

We rode on horses made of sticks
He wore black and I wore white
He would always win the fight

Bang bang, he shot me down
Bang bang, I hit the ground
Bang bang, that awful sound
Bang bang, my baby shot me down.

Seasons came and changed the time
When I grew up, I called him mine
He would always laugh and say
"Remember when we used to play?"

Bang bang, I shot you down
Bang bang, you hit the ground
Bang bang, that awful sound
Bang bang, I used to shoot you down.

Music played, and people sang
Just for me, the church bells rang.

Now he's gone, I don't know why
And till this day, sometimes I cry
He didn't even say goodbye
He didn't take the time to lie.

Bang bang, he shot me down
Bang bang, I hit the ground
Bang bang, that awful sound
Bang bang, my baby shot me down...

*****
Bang bang (mi amor me abatió)

Yo tenía cinco años y el seis
Cabalgábamos sobre caballos de madera
El vestía de negro y yo de blanco
El siempre ganaría la pelea

Bang bang
Me abatió, bang bang
Caí al suelo, bang bang
Aquel horrible sonido, bang bang
Mi amor me abatió

Las estaciones fueron pasando y transcurrió el tiempo
Cuando crecí, lo llamé mío
Siempre se reía y decía
Acuérdate de cuando solíamos jugar juntos

Bang, bang
Te abatí, bang bang
Caíste al suelo, bang bang
Aquel horrible sonido, bang bang
Solía abatirte

La música sonaba y la gente cantaba
Solo para mi la campana de la iglesia sonaba

Ahora se ha ido y no se por qué
Y hasta este día a veces solía llorar
Ni siquiera se despidió
No tuvo tiempo ni para mentir

Bang bang
Me abatió, bang bang
Caí al suelo, bang bang
Aquel horrible sonido, bang bang
Mi amor me abatió

Le Soufflet de Charlotte Corday

La muerte de Marat (1860) / Paul-Jacques-Aimé Baudry
Museo de Bellas Artes de Nantes, Francia


Les Mille et Un Fantômes

V - Le Soufflet de Charlotte Corday


Ainsi que tout ce qui était chez M. Ledru, cette table avait son caractère.

C'était un grand fer à cheval appuyé aux fenêtres du jardin, laissant les trois quarts de l'immense salle libres pour le service. Cette table pouvait recevoir vingt personnes, sans qu'aucune fût gênée; on y mangeait toujours, soit que M. Ledru eût, un, deux, quatre, dix, vingt convives; soit qu'il mangeât seul: ce jour-là nous étions six seulement, et nous en occupions le tiers à peine.

Tous les jeudis, le menu était le même. M. Ledru pensait que, pendant les huit jours écoulés, les convives avaient pu manger autre chose soit chez eux, soit chez les autres hôtes qui les avaient conviés. On était donc sûr de trouver chez M. Ledru, tous les jeudis, le potage, le boeuf, un poulet à l'estragon, un gigot rôti, des haricots et une salade.

Les poulets se doublaient ou se triplaient selon les besoins des convives.

Qu'il y eût peu, point, ou beaucoup de monde, M. Ledru se tenait toujours à l'un des bouts de la table, le dos au jardin, le visage vers la cour. Il était assis dans un grand fauteuil incrusté depuis dix ans à la même place;—là il recevait, des mains de son jardinier Antoine, converti, comme maître Jacques, en valet de pied, outre le vin ordinaire, quelques bouteilles de vieux bourgogne qu'on lui apportait avec un respect religieux, et qu'il débouchait et servait lui-même à ses convives avec le même respect et la même religion.

Il y a dix-huit ans, on croyait encore à quelque chose; dans dix ans, on ne croira plus à rien, pas même au vin vieux.

Après le dîner, on passait au salon pour le café.

Le dîner s'écoula comme s'écoule un dîner, à louer la cuisinière, à vanter le vin.—La jeune femme seule ne mangea que quelques miettes de pain, ne but qu'un verre d'eau, et ne prononça pas une seule parole.

Elle me rappelait cette goule des Mille et une Nuits qui se mettait à table comme les autres, mais seulement pour manger quelques grains de riz avec un cure-dents.

Après le dîner, comme d'habitude, on passa au salon.

Ce fut naturellement à moi à donner le bras à notre silencieuse convive. Elle fit vers moi la moitié du chemin pour le prendre. C'était toujours la même mollesse dans les mouvements, la même grâce dans la tournure, je dirai presque la même impalpabilité dans les membres.

Je la conduisis à une chaise longue où elle se coucha.

Deux personnes avaient, pendant que nous dînions, été introduites au salon.

C'étaient le docteur et le commissaire de police.

Le commissaire de police venait nous faire signer le procès-verbal que Jacquemin avait déjà signé dans sa prison.

Une légère tache de sang se faisait remarquer sur le papier.

Je signai à mon tour, et en signant:

—Qu'est-ce que cette tache? demandai-je; et ce sang vient-il de la femme ou du mari?

—Il vient, me répondit le commissaire, de la blessure que le meurtrier avait à la main et qui continue de saigner sans qu'on puisse arrêter le sang.

—Comprenez-vous, monsieur Ledru, dit le docteur, que cette brute-là persiste à affirmer que la tête de sa femme lui a parlé?

—Et vous croyez la chose impossible, n'est-ce pas, docteur?

—Parbleu!

—Vous croyez même impossible que les yeux se soient rouverts?

—Impossible.

—Vous ne croyez pas que le sang, interrompu dans sa fuite par cette couche de plâtre qui a bouché immédiatement toutes les artères et tous les vaisseaux, ait pu rendre à cette tête un moment de vie et de sentiment?

—Je ne crois pas.

—Eh bien! dit M. Ledru, moi je le crois.

—Moi aussi, dit Alliette.

—Moi aussi, dit l'abbé Moulle.

—Moi aussi, dit le chevalier Lenoir.

—Moi aussi, dis je.

Le commissaire de police et la dame pâle seuls ne dirent rien: l'un sans doute parce que la chose ne l'intéressait point assez, l'autre peut-être parce que la chose l'intéressait trop.

—Ah! si vous êtes tous contre moi, vous aurez raison. Seulement, si un de vous était médecin...

—Mais, docteur, dit M. Ledru, vous savez que je le suis à peu près.

—En ce cas, dit le docteur, vous devez savoir qu'il n'y a plus de douleur là où il n'y a plus de sentiment, et que le sentiment est détruit par la section de la colonne vertébrale.

—Et qui vous a dit cela? demanda M. Ledru.

—La raison, parbleu!

—Oh! la bonne réponse. Est-ce que ce n'est pas aussi la raison qui disait aux juges qui ont condamné Galilée que c'était le soleil qui tournait et la terre qui restait immobile? La raison est une sotte, mon cher docteur. Avez-vous fait des expériences vous-même sur des têtes coupées?

—Non, jamais.

—Avez-vous lu les dissertations de Sommering? avez-vous lu les procès-verbaux du docteur Sue? avez-vous lu les protestations d'Oelcher?

—Non.

—Ainsi, vous croyez, n'est-ce pas, sur le rapport de M. Guillotin, que sa machine est le moyen le plus sûr, le plus rapide et le moins douloureux de terminer la vie?

—Je le crois.

—Eh bien! vous vous trompez, mon cher ami, voilà tout.

—Ah! par exemple!

—Écoutez, docteur, puisque vous avez fait un appel à la science, je vais vous parler science; et aucun de nous, croyez-le bien, n'est assez étranger à ce genre de conversation pour n'y point prendre part.

Le docteur fit un geste de doute.

—N'importe, vous comprendrez tout seul alors. Nous nous étions rapprochés de M. Ledru, et, pour ma part, j'écoutais avidement: cette question de la peine de mort appliquée, soit par la corde, soit par le fer, soit par le poison, m'ayant toujours singulièrement préoccupé comme question d'humanité. J'avais même de mon côté fait quelques recherches sur les différentes douleurs qui précèdent, accompagnent et suivent les différents genres de mort.

—Voyons, parlez, dit le docteur d'un ton incrédule.

—Il est aisé de démontrer à quiconque possède la plus légère notion de la construction et des forces vitales de notre corps, continua M. Ledru, que le sentiment n'est pas entièrement détruit par le supplice, et, ce que j'avance, docteur, est fondé, non point sur des hypothèses, mais sur des faits.


—Voyons ces faits.

—Les voici: 1° le siège du sentiment est dans le cerveau, n'est-ce pas?

—C'est probable.

—Les opérations de cette conscience du sentiment peuvent se faire, quoique la circulation du sang par le cerveau soit suspendue, affaiblie ou partiellement détruite.

—C'est possible.

—Si donc le siège de la faculté de sentir est dans le cerveau, aussi longtemps que le cerveau conserve sa force vitale, le supplicié a le sentiment de son existence.

—Des preuves?

—Les voici: Haller, dans ses Éléments de physique, t. IV, p. 55, dit:

«Une tête coupée rouvrit les yeux et me regarda de côté, parce que, du bout du doigt, j'avais touché sa moelle épinière.»

—Haller, soit; mais Haller a pu se tromper.

—Il s'est trompé, je le veux bien. Passons à un autre. Weycard, Arts philosophiques, p. 221, dit: «J'ai vu se mouvoir les lèvres d'un homme dont la tête était abattue.»


—Bon; mais de se mouvoir à parler...

—Attendez, nous y arrivons. Voici Sommering; ses oeuvres sont là, et vous pouvez chercher. Sommering dit:

«Plusieurs docteurs, mes confrères, m'ont assuré avoir vu une tête séparée du corps grincer des dents de douleur, et moi je suis convaincu que si l'air circulait encore par les organes de la voix, les têtes parleraient.»

—Eh bien! docteur, continua M. Ledru en pâlissant, je suis plus avancé que Sommering: une tête m'a parlé, à moi.

Nous tressaillîmes tous. La dame pâle se souleva sur sa chaise longue.

—A vous?

—Oui, à moi; direz-vous aussi que je suis un fou?

—Dame! fit le docteur, si vous me dites qu'à vous-même...

—Oui, je vous dis qu'à moi-même la chose est arrivée. Vous êtes trop poli, n'est-ce pas, docteur, pour me dire tout haut que je suis un fou; mais vous le direz tout bas, et cela reviendra absolument au même.

—Eh bien! voyons, contez-nous cela, dit le docteur.

—Cela vous est bien aisé à dire. Savez-vous que ce que vous me demandez de vous raconter, à vous, je ne l'ai jamais raconté à personne depuis trente-sept ans que la chose m'est arrivée; savez-vous que je ne réponds pas de ne point m'évanouir en vous la racontant, comme je me suis évanoui quand cette tête a parlé, quand ces yeux mourants se sont fixés sur les miens?

Le dialogue devenait de plus en plus intéressant, la situation de plus en plus dramatique.

—Voyons, Ledru, du courage? dit Alliette, et contez-nous cela.

—Contez-nous cela, mon ami, dit l'abbé Moulle.

—Contez, dit le chevalier Lenoir.

—Monsieur... murmura la femme pâle.

Je ne dis rien, mais mon désir était dans mes yeux.

—C'est étrange, dit M. Ledru sans nous répondre et comme se parlant à lui-même, c'est étrange comme les événements influent les uns sur les autres! Vous savez qui je suis, dit M. Ledru en se tournant de mon côté.

—Je sais, monsieur, répondis-je, que vous êtes un homme fort instruit, fort spirituel, qui donnez d'excellents dîners, et qui êtes maire de Fontenay-aux-Roses.

M. Ledru sourit en me remerciant d'un signe de tête.

—Je vous parie de mon origine, de ma famille, dit-il.

—J'ignore votre origine, monsieur, et ne connais point votre famille.

—Eh bien! écoutez, je vais vous dire tout cela, et puis peut-être l'histoire que vous désirez savoir, et que je n'ose pas vous raconter, viendra-t-elle à la suite. Si elle vient, eh bien! vous la prendrez; si elle ne vient point, ne me la redemandez pas: c'est que la force m'aura manqué pour vous la dire.

Tout le monde s'assit et prit ses mesures pour écoutera son aise.

Au reste, le salon était un vrai salon de récits ou de légendes, grand, sombre, grâce aux rideaux épais et au jour qui allait mourant, dont les angles étaient déjà en pleine obscurité, tandis que les lignes qui correspondaient aux portes et aux fenêtres conservaient seules un reste de lumière.

Dans un de ces angles était la dame pâle. Sa robe noire était entièrement perdue dans la nuit. Sa tête seule, blanche, immobile et renversée sur le coussin du sopha, était visible.

M. Ledru commença:

—Je suis, dit-il, le fils du fameux Comus, physicien du roi et de la reine; mon père, que son surnom burlesque a fait classer parmi les escamoteurs et les charlatans, était un savant distingué de l'école de Volta, de Galvani et de Mesmer. Le premier, en France il s'occupa de fantasmagorie et d'électricité, donnant des séances de mathématiques et de physique à la cour.

La pauvre Marie-Antoinette, que j'ai vue vingt fois, et qui plus d'une fois m'a pris par les mains et embrassé lors de son arrivée en France, c'est-à-dire lorsque j'étais un enfant, Marie-Antoinette raffolait de lui. A son passage en 1777, Joseph II déclara qu'il n'avait rien vu de plus curieux que Comus.

Au milieu de tout cela, mon père s'occupait de l'éducation de mon frère et de la mienne, nous initiant à ce qu'il savait de sciences occultes, et à une foule de connaissances galvaniques, physiques, magnétiques, qui aujourd'hui sont du domaine public, mais qui à cette époque étaient des secrets, privilèges de quelques-uns seulement; le titre de physicien du roi fit, en 93, emprisonner mon père; mais, grâce à quelques amitiés que j'avais avec la Montagne, je parvins à le faire relâcher.

Mon père alors se retira dans cette même maison où je suis, et y mourut en 1807, âgé de soixante-seize ans.

Revenons à moi.

J'ai parlé de mes amitiés avec la Montagne. J'étais lié en effet avec Danton et Camille Desmoulins. J'avais connu Marat plutôt comme médecin que comme ami. Enfin, je l'avais connu. Il résulta de cette relation que j'eus avec lui, si courte qu'elle ait été, que, le jour où l'on conduisit mademoiselle de Corday à l'échafaud, je me résolus à assister à son supplice.

—J'allais justement, interrompis-je, vous venir en aide dans votre discussion avec M. le docteur Robert sur la persistance de la vie en racontant le fait que l'histoire a consigné relativement à Charlotte de Corday.

—Nous y arrivons, interrompit M. Ledru, laissez-moi dire. J'étais témoin; par conséquent à ce que je dirai vous pourrez croire.

Dès deux heures de l'après-midi j'avais pris mon poste près de la statue de la Liberté. C'était par une chaude matinée de juillet; le temps était lourd, le ciel était couvert et promettait un orage.

A quatre heures l'orage éclata; ce fut à ce moment-là même, à ce que l'on dit, que Charlotte monta sur la charrette.

On l'avait été prendre dans sa prison au moment où un jeune peintre était occupé à faire son portrait. La mort jalouse semblait vouloir que rien ne survécût de la jeune fille, pas même son image.

La tête était ébauchée sur la toile, et, chose étrange! au moment ou le bourreau entra, le peintre en était à cet endroit du cou que le fer de la guillotine allait trancher.

Les éclairs brillaient, la pluie tombait, le tonnerre grondait; mais rien n'avait pu disperser la populace curieuse; les quais, les ponts, les places. étaient encombrés; les rumeurs de la terre couvraient presque les rumeurs du ciel. Ces femmes, qu'on appelait du nom énergique de lécheuses de guillotine, la poursuivaient de malédictions. J'entendais ces rugissements venir à moi comme on entend ceux d'une cataracte. Longtemps avant que l'on pût rien apercevoir, la foule ondula; enfin, comme un navire fatal, la charrette apparut, labourant le flot, et je pus distinguer la condamnée, que je ne connaissais pas, que je n'avais jamais vue.

C'était une belle jeune fille de vingt-sept ans, avec des yeux magnifiques, un nez d'un dessin parfait, des lèvres d'une régularité suprême. Elle se tenait debout, la tête levée, moins pour paraître dominer cette foule, que parce que ses mains liées derrière le dos la forçaient de tenir sa tête ainsi. La pluie avait cessé; mais, comme elle avait supporté la pluie pendant les trois quarts du chemin, l'eau qui avait coulé sur elle dessinait sur la laine humide les contours de son corps charmant; on eût dit qu'elle sortait du bain. La chemise rouge dont l'avait revêtue le bourreau donnait un aspect étrange, une splendeur sinistre, à cette tête si fière et si énergique. Au moment où elle arrivait sur la place, la pluie cessa, et un rayon de soleil, glissant entre deux nuages, vint se jouer dans ses cheveux, qu'il fit rayonner comme une auréole. En vérité, je vous le jure, quoiqu'il y eût derrière cette jeune fille un meurtre, action terrible, même lorsqu'elle venge l'humanité, quoique je détestasse ce meurtre, je n'aurais su dire si ce que je voyais était une apothéose ou un supplice. En apercevant l'échafaud, elle pâlit; et cette pâleur fut sensible, surtout à cause de cette chemise rouge, qui montait jusqu'à son cou; mais presque aussitôt elle fit un effort, et acheva de se tourner vers l'échafaud, qu'elle regarda en souriant.

La charrette s'arrêta; Charlotte sauta à terre sans vouloir permettre qu'on l'aidât à descendre, puis elle monta les marches de l'échafaud, rendues glissantes par la pluie qui venait de tomber, aussi vite que le lui permettait la longueur de sa chemise traînante et la gêne de ses mains liées. En sentant la main de l'exécuteur se poser sur son épaule pour arracher le mouchoir qui couvrait son cou, elle pâlit une seconde fois, mais, à l'instant même, un dernier sourire vint démentir cette pâleur, et d'elle-même, sans qu'on l'attachât à l'infâme bascule, dans un élan sublime et presque joyeux, elle passa sa tête par la hideuse ouverture. Le couperet glissa, la tête détachée du tronc tomba sur la plate-forme et rebondit. Ce fut alors, écoutez bien ceci, docteur, écoutez bien ceci, poète, ce fut alors qu'un des valets du bourreau, nommé Legros, saisit cette tête par les cheveux, et, par une vile adulation à la multitude, lui donna un soufflet. Eh bien! je vous dis qu'à ce soufflet la tête rougit; je l'ai vue, la tête, non pas la joue, entendez-vous bien? non pas la joue touchée seulement, mais les deux joues, et cela d'une rougeur égale, car le sentiment vivait dans cette tête, et elle s'indignait d'avoir souffert une honte qui n'était point portée à l'arrêt.

Le peuple aussi vit cette rougeur, et il prit le parti de la morte contre le vivant, de la suppliciée contre le bourreau. Il demanda, séance tenante, vengeance de cette indignité, et, séance tenante, le misérable fut remis aux gendarmes et conduit en prison.

Attendez, dit M. Ledru, qui vit que le docteur voulait parler, attendez, ce n'est pas tout.

Je voulais savoir quel sentiment avait pu porter cet homme à l'acte infâme qu'il avait commis. Je m'informai du lieu où il était; je demandai une permission pour le visiter à l'Abbaye, où on l'avait enfermé, je l'obtins et j'allai le voir.

Un arrêt du tribunal révolutionnaire venait de le condamner à trois mois de prison. Il ne comprenait pas qu'il eût été condamné pour une chose si naturelle que celle qu'il avait faite.

Je lui demandai ce qui avait pu le porter à cette action.

—Tiens, dit-il, la belle question! Je suis maratiste, moi; je venais de la punir pour le compte de la loi, j'ai voulu la punir pour mon compte.

—Mais, lui dis-je, vous n'avez donc pas compris qu'il y a presque un crime dans cette violation du respect dû à la mort?

—Ah ça! me dit Legros en me regardant fixement, vous croyez donc qu'ils sont morts, parce qu'on les a guillotinés, vous?

—Sans doute.

—Eh bien! on voit que vous ne regardez pas dans le panier quand ils sont là tous ensemble; que vous ne leur voyez pas tordre, les yeux et grincer des dents pendant cinq minutes encore après l'exécution. Nous sommes obligés de changer de panier tous les trois mois, tant ils en saccagent le fond avec les dents. C'est un tas de têtes d'aristocrates, voyez-vous, qui ne veulent pas se décider à mourir, et je ne serais pas étonné qu'un jour quelqu'une d'elles se mit à crier: Vive le roi!

Je savais tout ce que je voulais savoir; je sortis, poursuivi par une idée: c'est qu'en effet ces têtes vivaient encore, et je résolus de m'en assurer.

Alexandre Dumas

La bofetada a Charlotte Corday

[...]
-Soy -dijo- hijo del famoso Comus, físico del rey y de la reina; mi padre, al que su apodo burlesco hizo que lo incluyeran entre los prestidigitadores y charlatanes, era un sabio distinguido de la escuela de Volta, de Galvani y de Mesmer. Fue el primero que, en Francia, se ocupó de fantasmagoría y de electricidad, pronunciando conferencias de matemáticas y de física en la corte.

"La pobre María Antonieta, que yo vi veinte veces, y que más de una vez me tomó de las manos y me besó cuando estaba recién llegada a Francia, es decir, cuando yo era un niño, María Antonieta era gran admiradora suya. A su paso por París, en 1777, el emperador Joseph II declaró que no había visto nada más curioso que Comus.

"En medio de todo eso, mi padre se ocupaba de la educación de mi hermano y de la mía, iniciándonos en todo cuanto sabía de ciencias ocultas y en un montón de conocimientos galvánicos, físicos, magnéticos, que hoy son ya de dominio público, pero que en aquellos momentos eran secretos, privilegio sólo de unos pocos; el título de físico del rey, hizo que mi padre fuera encarcelado en 1793; pero, gracias a algunas amistades que yo tenía en la Montaña, conseguí que lo liberaran. Mi padre se retiró a esta misma casa en la que vivo ahora, y falleció en 1807, a la edad de setenta y seis años.

"Volvamos a mí. Acabo de mencionar mi amistad con miembros de la Montaña. Estaba relacionado efectivamente con Danton y con Camille Desmoulins. A Marat lo había conocido más como médico que como amigo. Pero, en fín, lo había conocido. Como consecuencia de la relación que tuve con él, por corta que fuera, el día en que condujeron a la señorita de Corday al cadalso, decidí asistir a su ejecución."

-Yo iba exactamente -interrumpí- a ayudarle en su discusión con el doctor Robert acerca de la persistencia de la vida, contando un hecho que la historia ha consignado relativo a Charlotte de Corday.

-Ahora llego a eso -interrumpió el señor Ledru- deje que lo cuente yo. Yo fui testigo, por lo tanto pueden creer totalmente lo que voy a contar.

"Desde las dos del mediodía había ocupado un sitio cerca de la estatua de la Libertad. Era un día caluroso de julio; el tiempo estaba pesado, el cielo nublado y amenazaba tormenta. A las cuatro la tormenta se desencadenó; según dicen, fue en el instante preciso en el que Charlotte subió a la carreta. Habían ido a buscarla a la cárcel en el momento en que un joven pintor estaba haciendo su retrato. La muerte celosa parecía desear que nada sobreviviera a la joven, ni siquiera su imagen. La cabeza estaba esbozada ya sobre el lienzo y, ¡cosa extraña!, cuando el verdugo entró, el pintor estaba pintando justamente la parte del cuello que la cuchilla de la guillotina iba a cortar.

"Los relámpagos brillaban, la lluvia caía, los truenos sonaban; pero nada había podido dispersar al populacho curioso; los muelles, los puentes, las plazas estaban atiborrados; los ruidos de la tierra cubrían casi los ruidos del cielo. Las mujeres, conocidas con el nombre enérgico de «golosas de guillotina», la perseguían lanzándole maldiciones. Oí esos rugidos aproximarse a mí como se oye el rumor de una catarata. Mucho tiempo antes de que pudiera verse nada, el gentío se agitó; finalmente, y como un navío fatal, apareció la carreta abriéndose paso entre la muchedumbre, y pude ver a la condenada, que yo no conocía, que no había visto nunca.

"Era una bella joven de veintisiete años, con unos ojos magníficos, una nariz de forma perfecta y unos labios de suprema regularidad. Se mantenía de pie, con la cabeza erguida, no tanto para parecer dominar al gentío, sino porque al llevar las manos atadas a la espalda se veía obligada a mantener en alto la cabeza. Había dejado de llover; pero como había soportado la lluvia durante las tres cuartas partes del trayecto, el agua que había caído sobre ella dibujaba sobre la lana húmeda los contornos de un cuerpo encantador; se habría dicho que salía del baño. La camisa roja que el verdugo le había puesto, le daba un aspecto extraño, un esplendor siniestro, a aquella cabeza altiva y enérgica. En el momento en que llegaba a la plaza, dejó de llover, y un rayo de sol, deslizándose entre dos nubes, vino a juguetear con sus cabellos que hizo brillar como una aureola. Realmente, les juro que aunque hubiera detrás de aquella joven un asesinato, acción terrible incluso cuando venga a la humanidad, aunque yo detestase aquel crimen, no habría sabido decir si lo que estaba contemplando era una apoteosis o un suplicio. Cuando vio el cadalso, palideció; la palidez fue más visible sobre todo a causa del contraste con la camisa roja, que le llegaba hasta el cuello; pero casi al instante hizo un esfuerzo, y terminó por girarse hacia el cadalso que miró sonriendo.

"La carreta se detuvo; Charlotte saltó al suelo sin querer permitir que le ayudaran a bajar, luego subió los escalones del cadalso, resbaladizos a causa de la lluvia que acababa de caer, tan rápido como le permitieron la longitud de la camisa que le arrastraba, y la molestia de las manos atadas. Al sentir la mano del ejecutor posarse en un hombro para arrancarle el pañuelo que le cubría el cuello, palideció por segunda vez pero, al instante, una última sonrisa vino a desmentir aquella palidez, y ella misma, sin que nadie la atara a la infame guillotina, con un impulso sublime y casi gozoso, introdujo la cabeza por la horrenda abertura. La cuchilla bajó, la cabeza separada del tronco cayó sobre la plataforma y rebotó. Fue entonces, escuche bien esto, doctor, escuche bien esto, poeta, fue entonces cuando uno de los ayudantes del verdugo llamado Legros, agarró la cabeza por los cabellos y como vil adulación al populacho, le dio una bofetada. ¡Pues bien! les juro que al recibir la bofetada la cabeza enrojeció; yo lo vi, la cabeza, no la mejilla ¿me oyen bien? no sólo la mejilla que había sido tocada, sino las dos mejillas y con un rubor similar, pues el sentimiento vivía aún en aquella cabeza, y se sentía indignada por haber sufrido un oprobio que no figuraba en la sentencia. El pueblo también se percató del rubor y se puso de parte de la muerta y en contra del vivo, a favor de la ajusticiada y contra el ayudante del verdugo. Y, allí mismo, exigió venganza de esta indignidad, y allí mismo el miserable fue entregado a los gendarmes y conducido a la cárcel."

-Espere- dijo el señor Ledru, al ver que el doctor quería hablar-, espere, eso no fue todo. Yo quería saber qué sentimiento había impulsado a aquel hombre al acto infame que había cometido. Me informé acerca del lugar en el que se encontraba; pedí permiso para visitarlo en la Abbaye, donde había sido encerrado, lo obtuve y fui a verlo.

"Una sentencia del tribunal revolucionario acababa de condenarlo a tres meses de prisión. No comprendía que lo hubieran condenado por una cosa tan natural como lo que había hecho. Yo le pregunté qué había podido impulsarlo a cometer aquella acción."

-¡Caramba! -dijo- ¡Qué pregunta! Yo soy partidario de Marat; acababa de castigarla por cuenta de la ley, y quise castigarla también por cuenta propia.

-Pero -le dije- ¿usted no comprende que es casi delito violar el respeto que se le debe a los muertos?

-¡Venga, pues! -me dijo Legros mirándome fijamente- ¿usted cree que están muertos porque se les ha guillotinado?

-Por supuesto.

-¡Ah, pues! se nota que usted no ve la cesta cuando están todos juntos; que no los ve mover los ojos, chirriar los dientes durante cinco minutos después de la ejecución. Nos vemos obligados a cambiar de cesta cada tres meses, hasta tal punto destrozan el fondo con los dientes. Es un montón de cabezas de aristócratas, ¿sabe? que no quieren decidirse a morir, y no me extrañaría nada que un día alguna de esas cabezas se pusiera a gritar: «¡Viva el rey!».

Ya sabía todo lo que quería saber; salí obsesionado por una idea: la de que esas cabezas estaban aún vivas, y decidí confirmarla.

Alejandro Dumas, padre (Les Mille et un fantômes)

Para ver el mundo en un grano de arena

To see the world in a grain of sand,
And Heaven in a wild flower,
Hold infinity in the palm of your hand
And eternity in an hour.

He who binds himself to a joy
Does the winged life destroy;
He who kisses joy as it flies
Lives in eternity's sun rise

William Blake

Para ver el mundo en un grano de arena,
Y el cielo en una flor silvestre,
Abarca el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.

Aquel que se liga a una alegría
Destruye la fluyente vida;
Quien besa la joya cuando ésta cruza su camino
Vive en el amanecer de la eternidad.

Significado de la palabra «serendipia»

He observado que en los medios de difusión se emplea, aunque es cierto que sólo ocasionalmente, el anglicismo serendipia, y que las más de las veces en que eso ocurre se utiliza para significar un suceso cuya probabilidad es exageradamente pequeña, matiz que no se corresponde con su significado original.


La palabra serendipia está tomada de la inglesa serendipity. Nuestra Academia no la ha acogido todavía, pero Manuel Seco, en su Español Actual, incluye «serendipidad» (la que traduce más fielmente serendipity, aunque hay quien escribe serendipiti, o también serendipia) como «la facultad de hacer un descubrimiento o un hallazgo afortunado de manera accidental». Un libro de Alianza Editorial de 1989, por R.M. Roberts, se llama Serendipia. Descubrimientos accidentales en la ciencia.


Esta palabra, serendipity, es muy curiosa, porque se sabe la fecha exacta y el lugar en que fue escrita por primera vez. Lo hizo Horace Walpole, cuarto conde de Oxford, hombre de gran cultura y aficionado a las antigüedades, en la mañana del 28 de enero de 1754 y en el escritorio de la biblioteca de su mansión en Strawberry Hills, en una carta escrita a Horace Mann, quien hacía las veces de embajador en Florencia al servicio del rey Jorge II. Walpole, que más tarde declaró que ya había inventado antes esa palabra, la utilizó para referirse a un descubrimiento que había hecho, cuando menos lo esperaba, en un antiguo cuadro italiano que le había enviado el destinatario de su carta. Para ilustrar la idea con un ejemplo se refirió a un cuento pretendidamente de origen persa que había leído de niño, llamado «Los tres príncipes de Serendip», del que refiere que «mientras que sus altezas viajaban, siempre estaban descubriendo, por accidente y por sagacidad, cosas que no pretendían: por ejemplo, uno de ellos descubrió que una mula ciega del ojo derecho había hecho su mismo recorrido últimamente, ya que la hierba sólo había sido comida por la parte de la izquierda, en donde era de peor calidad que la de la derecha.»


A Walpole le traicionó la memoria, porque el cuento no habla de mulas sino de camellos, como corresponde a un cuento oriental. Walpole derivó su palabra de Serendip, que es el nombre que daban en oriente inicialmente a la isla de Ceilán (Sri Lanka), que es donde el cuento situaba las aventuras de los príncipes. A este cuento también se le ha podido seguir la pista: se publicó por primera vez en Venecia en 1557, a cargo del impresor Michele Tramezzino. Aunque éste expresa que un tal Cristoforo Armeno tradujo el cuento del persa al italiano, la creencia general es que se trata de una ficción para añadir más aroma oriental al cuento.


Uno de los ejemplos que se cita como ilustrativo de serendipia (o de serendipidad) es el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming. Se presenta a veces también el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, aunque en este caso se da la circunstancia del descubrimiento accidental pero no así el de su reconocimiento, ya que Colón murió sin haber reparado en que había descubierto un nuevo mundo.



P. Crespo, ocubre 2005

El verdugo

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.

Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:

-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!

Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:

-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.



Arthur Koestler (Hungría, 1905-1983)

martes, 22 de enero de 2008

¡Albricias! ¡Habemus disco de Luis!


¡Pues sí! La otra noche vi llover, vi gente pasar... y estuve nada menos que con Lingus, ikiru ("El Flaco"), y otras personas a las que no menciono para no comprometerlas en esta farándula. Entre otras bellas cosas volví a casa con el "disco de Luis". Se llama --el disco-- "Thank you for coming!", y salió del horno las pasadas navidades.

Este disco es portador de las voces y el sonido instrumental de amigos entrañables. Ya he digitalizado las doce pistas de que consta, en formato emepetrés a 128 Kbps y 44100 muestras por segundo, que parece mentira (ya hablaremos de esto otro ratito). Para no volverme loco tenía pensado ir presentando las pistas en la misma secuencia en que aparecen, pero no resisto la tentación de comenzar por la que más voces contiene. Con ustedes:

Me vuelves loco
(Alejandro Vega)
Voces: Ana, Begoña, Tino, Luis.






Texte alternatif







Los arreglos y mezclas de todos los temas son de Luis.

[Letra]

Hay tantas formas de decir
Que no puedo estar si tí
Y que me vuelves loco

Hay tantas formas de contar
Que nuestro amor es de verdad
Y que me vuelves loco

En mi ventana nace el sol
Que es el reflejo de tu amor
Porque me vuelves loco

Me vuelves loco, niña
Me vuelves loco
Cada pasito que das
A mi me vuelve loco

Si algo te hace sonreir
Yo ya lo sé sin preguntar
Porque me vuelves loco

Si algo queda por hacer
Juntos lo vemos crecer
Porque me vuelves loco

Siempre quedara el rincón
Y la historia entre tú y yo
Que nos volvió tan locos

Me vuelves loco, niña
Me vuelves loco
Cada pasito que das
A mí me vuelve loco

Será tu forma de mirar
O el dulce aroma de tu piel
Cuando me quieres abrazar
Diciendo ven y bésame
Cuando compartes tu ilusión
Y te dejas aconsejar
Porque no hay nada para mi
Que a ti se pueda comparar

Me vuelves loco
Me vuelves loco, niña
Me vuelves loco

Felipe Benítez Reyes - Rota 1960









LA CONDENA (de El equipaje abierto)


El que posee el oro añora el barro.
El dueño de la luz forja tinieblas.
El que adora a su dios teme a su dios.
El que no tiene dios tiembla en la noche.

Quien encontró el amor no lo buscaba.
Quien lo busca se encuentra con su sombra.
Quien trazó laberintos pide una rosa blanca.
El dueño de la rosa sueña con laberintos.

Aquel que halló el lugar piensa en marcharse.
El que no lo halló nunca
es desdichado.
Aquel que cifró el mundo con palabras
desprecia las palabras.
Quien busca las palabras que lo cifren
halla sólo palabras.

Nunca la posesión está cumplida.
Errático el deseo, el pensamiento.
Todo lo que se tiene es una niebla
y las vidas ajenas son la vida.

Nuestros tesoros son tesoros falsos.

Y somos los ladrones de tesoros.

Cuestiones trascendentes


"¿Existe el infierno?
¿Existe Dios?

¿Resucitaremos después de la muerte?
¡Ah!, no olvidemos lo más importante ¿Habrá mujeres allí?"


Woody Allen (?)

La caza del Snark - El discurso del capitán


En el anterior farolito rojo interviene un fragmento de un poema de Lewis Carroll, titulado "The Bellman's speech", y que pertenece a "The hunting of the Snark". Pensamos que vale la pena traerlo aquí completo:

Fit the Second
2.The Bellman's speech


The Bellman himself they all praised to the skies--
Such a carriage, such ease and such grace!
Such solemnity, too! One could see he was wise,
The moment one looked in his face!

He had bought a large map representing the sea,
Without the least vestige of land:
And the crew were much pleased when they found it to be
A map they could all understand.

"What's the good of Mercator's North Poles and Equators,
Tropics, Zones, and Meridian Lines?"
So the Bellman would cry: and the crew would reply
"They are merely conventional signs!

"Other maps are such shapes, with their islands and capes!
But we've got our brave Captain to thank:
(So the crew would protest) "that he's bought us the best--
A perfect and absolute blank!"

This was charming, no doubt; but they shortly found out
That the Captain they trusted so well
Had only one notion for crossing the ocean,
And that was to tingle his bell.

He was thoughtful and grave--but the orders he gave
Were enough to bewilder a crew.
When he cried "Steer to starboard, but keep her head larboard!"
What on earth was the helmsman to do?

Then the bowsprit got mixed with the rudder sometimes:
A thing, as the Bellman remarked,
That frequently happens in tropical climes,
When a vessel is, so to speak, "snarked."

But the principal failing occurred in the sailing,
And the Bellman, perplexed and distressed,
Said he had hoped, at least, when the wind blew due East,
That the ship would not travel due West!

But the danger was past--they had landed at last,
With their boxes, portmanteaus, and bags:
Yet at first sight the crew were not pleased with the view,
Which consisted to chasms and crags.

The Bellman perceived that their spirits were low,
And repeated in musical tone
Some jokes he had kept for a season of woe--
But the crew would do nothing but groan.

He served out some grog with a liberal hand,
And bade them sit down on the beach:
And they could not but own that their Captain looked grand,
As he stood and delivered his speech.

"Friends, Romans, and countrymen, lend me your ears!"
(They were all of them fond of quotations:
So they drank to his health, and they gave him three cheers,
While he served out additional rations).

"We have sailed many months, we have sailed many weeks,
(Four weeks to the month you may mark),
But never as yet ('tis your Captain who speaks)
Have we caught the least glimpse of a Snark!

"We have sailed many weeks, we have sailed many days,
(Seven days to the week I allow),
But a Snark, on the which we might lovingly gaze,
We have never beheld till now!

"Come, listen, my men, while I tell you again
The five unmistakable marks
By which you may know, wheresoever you go,
The warranted genuine Snarks.

"Let us take them in order. The first is the taste,
Which is meager and hollow, but crisp:
Like a coat that is rather too tight in the waist,
With a flavor of Will-o-the-wisp.

"Its habit of getting up late you'll agree
That it carries too far, when I say
That it frequently breakfasts at five-o'clock tea,
And dines on the following day.

"The third is its slowness in taking a jest.
Should you happen to venture on one,
It will sigh like a thing that is deeply distressed:
And it always looks grave at a pun.

"The fourth is its fondness for bathing-machines,
Which is constantly carries about,
And believes that they add to the beauty of scenes--
A sentiment open to doubt.

"The fifth is ambition. It next will be right
To describe each particular batch:
Distinguishing those that have feathers, and bite,
And those that have whiskers, and scratch.

"For, although common Snarks do no manner of harm,
Yet, I feel it my duty to say,
Some are Boojums--" The Bellman broke off in alarm,
For the Baker had fainted away.

Canto segundo
2.El discurso del capitán

Al capitán todos le ponían en el alto candelero.
¡Qué porte, qué soltura y qué gracia!,
y ¡tan solemne también! Cualquiera podía ver que
era un sabio sólo con mirarle a la cara.

Había comprado un gran mapa que representaba el mar
y en el que no había vestigio de tierra;
y la tripulación se puso contentísima al ver
que era un mapa que todos podían entender.

“¿De qué sirven los polos, los ecuadores,
los trópicos, las zonas y los meridianos de Mercator?
Así gritaba el capitán. Y la tripulación respondía:
“¡No son más que signos convencionales!”

“¡Otros mapas tienen formas, con sus islas y sus cabos!
¡Pero hemos de agradecer a nuestro valiente capitán
el habernos traído el mejor —añadían—,
uno perfecto y absolutamente en blanco!”

Esto era encantador, sin duda, pero enseguida descubrieron
que su capitán, en quien todos confiaban ciegamente,
sólo tenía una noción de cómo cruzar el Océano,
y ésta era ir tocando la campana.

Era pensativo y serio, pero las órdenes que daba
bastaban para desconcertar a toda la tripulación.
Cuando ordenaba: “¡Rumbo a estribor, pero mantengan la
proa a babor!”, ¿qué diablos debía hacer el timonel?

También, a veces, solían confundir el bauprés y el timón,
cosa que, según hizo notar el capitán, ocurría
con frecuencia en climas tropicales cuando el barco
está, por así decirlo, “esnarkado”.

Pero el problema principal estaba en la navegación,
y el capitán, perplejo y acongojado,
confesó que esperaba que, al menos, cuando el viento soplara
hacia el este, el barco no enfilara hacia el oeste.

Pero el peligro había pasado; por fin habían desembarcado
con sus baúles, maletas y sacos.
Sin embargo, la tripulación no quedó complacida con lo que
a primera vista descubrió: ¡despeñaderos y precipicios!

El capitán intuyó que estaban bajos de moral
y, con tono musical, les explicó algunos chistes
que reservaba para momentos de infortunio.
Pero la tripulación no dejó de lamentarse.

Sirvió a todos generosas copas de ponche
y les propuso sentarse en la playa.
Y todos convinieron en que su capitán tenía un porte
sublime, allí firme, aprestándose a soltar su discurso.

“¡Amigos, romanos y paisanos, prestadme vuestros oídos!”
(Todos eran muy aficionados a las citas;
así pues, brindaron a su salud y le dieron tres hurras.
Él, agradecido, les sirvió algo más de ponche.)

“¡Hemos navegado muchos meses, hemos navegado muchas
semanas (cuatro semanas cada mes, recordadlo),
pero hasta el momento (y os lo dice vuestro capitán)
ni hemos visto ni olido al snark!”

“¡Hemos navegado muchas semanas, hemos navegado muchos
días (siete días cada semana, os lo aseguro),
pero hasta ahora ni un snark
sobre el que posar nuestra amorosa mirada!”

“Venid y escuchad mientras os repito
las cinco señales inconfundibles
por las que reconoceréis con plena garantía,
donde quiera que estéis, el genuino snark.


“Digámoslas por orden. La primera es su sabor,
que es escaso y hueco, pero crujiente
como un abrigo que estuviese demasiado ajustado en la
cintura, con aroma a fuego fatuo.

“Tiene el hábito de levantarse tarde;
estaréis de acuerdo en que lo lleva demasiado lejos
cuando os diga que, a menudo, se desayuna para el té de las
cinco y que come al día siguiente.

“La tercera es su lentitud para entender un chiste.
Si te aventuras a explicarle uno,
suspirará como lo haría alguien profundamente desdichado,
y siempre se pone serio ante un juego de palabras.

“La cuarta es su afición a las máquinas de baño.
¡Siempre carga con una tras él!
Y está convencido de que añaden belleza al panorama;
una opinión discutible, a mi entender.

“La quinta es la ambición. Ahora convendrá
describir las diferentes especies,
distinguiendo los que tienen plumas y muerden
de aquellos otros que tienen bigotes y arañan.

“Pues aunque los snarks corrientes no hacen ningún daño,
creo que es mi obligación advertir que algunos son
buchams…” El capitán se interrumpió alarmado.
¡El panadero se había desmayado!

lunes, 21 de enero de 2008

Farolito rojo III - El mapa a escala 1:1


En su comentario al post "Del rigor en la ciencia", JMAiO escribe:

"Creo recordar un texto que leí, en el que se contaba que los cartógrafos de un país, empeñados en hacer cada vez mejores mapas de él, hicieron al final uno a escala 1:1. Pero los agricultores se quejaban de que, al desplegar sus hojas, éstas les ocultaban el sol para sus cosechas. Desde entonces usan el país como su propio mapa. En mi memoria, el texto es de Lewis Carroll, pero he sido incapaz de encontrarlo en sus obras. ¿Alguien puede darme más datos?"

En Sylvie and Bruno Concluded de Lewis Carroll, publicado por vez primera en 1893, se lee (Capítulo XI, El hombre en la luna):

"That's another thing we've learned from your Nation," said Mein Herr, "map-making. But we've carried it much further than you. What do you consider the largest map that would be really useful?"

"About six inches to the mile."


"Only six inches!" exclaimed Mein Herr. "We very soon got to six yards to the mile. Then we tried a hundred yards to the mile. And then came the grandest idea of all! We actually made a map of the country, on the scale of a mile to the mile!"


"Have you used it much?" I enquired.

"It has never been spread out, yet," said Mein Herr: "the farmers objected: they said it would cover the whole country, and shut out the sunlight! So we now use the country itself, as its own map, and I assure you it does nearly as well."

Es decir, la idea de un mapa a escala 1:1 se halla en efecto en Lewis Carroll. Buena memoria. Se diría así que hemos pillado a Borges en un plagio. No es así, sin embargo, porque en muchas ocasiones reescribió textos de autores que le precedieron. En un artículo titulado "Borges, el cartógrafo de la literatura", Hugo Santander Ferreira (
Universidad de Salford, Inglaterra) dice lo siguiente:

«Sus poemas, sus cuentos, sus ensayos, sus reiterativas conferencias y entrevistas, son un elaborado esfuerzo por abarcar, o más bien reseñar, los escritos que le precedieron, pero a diferencia de un erudito o un profesor universitario, Borges no se limita a describir sus lecturas, sino que las recrea, las reinventa o, en sus propios términos, las reescribe. Los sitios que imagina, los escritores que relee, son coordenadas de una vasta topografía imperfecta, olvidada o mal elaborada. Queriendo recordarla, mejorarla o perfeccionarla, su obra, más allá de su valor literario y estilístico, nos conduce por una trama de citas, versos y opiniones, tan extensa como los mapas del Imperio, reseñados por su personaje Suárez Miranda en su libro Viajes de Varones Ilustres: «…En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del imperio toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisfacieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.»

De lo anterior se desprende que Borges no trataba de ocultar sus fuentes: simplemente, se limitaba a no citarlas, quizás porque las consideraba obvias.

* * * * *
Pero hay más, aunque la idea ya no es la misma: en "The Hunting of the Snark" se habla de un mapa en blanco, ideal para la navegación sin complicaciones. He aquí el mapa (pinchar para ver en tamaño mayor):




Y he aquí el poema que alude a dicho mapa (pinchar para ver a mayor tamaño):



Dado que los comentarios son públicos, traemos a este frontis el muy iluminador de Alina:

«La cuestión de la reescritura de textos (o su referencia) de unos autores por otros (también se habla de "préstamo"), ha sido muy estudiada por los teóricos literarios del siglo xx, fuera o no voluntaria, fuera explícita o implícita.
Mijail Baxtin fue uno de estos estudiosos, y le dio el nombre de "intertextualidad".
La idea es que los autores den pistas (a veces difíciles de rastrear) de que no se trata de un simple plagio.
»