lunes, 30 de marzo de 2009
Dulce tortura
Polvo de oro en tus manos fue mi melancolía
sobre tus manos largas desparramé mi vida;
mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas;
ahora soy un ánfora de perfumes vacía.
Cuánta dulce tortura quietamente sufrida
cuando, picada el alma de tristeza sombría,
sabedora de engaños, me pasaba los días
¡Besando las dos manos que me ajaban la vida!
Alfonsina Storni
viernes, 27 de marzo de 2009
La fuente
Joven, te ofrezco el don de esta copa de plata
para que un día puedas calmar la sed ardiente,
la sed que con su fuego más que la muerte mata.
Mas debes abrevarte tan sólo en una fuente,
otra agua que la suya tendrá que serte ingrata,
busca su oculto origen en la gruta viviente
donde la interna música de su cristal desata,
junto al árbol que llora y la roca que siente.
Guíete el misterioso eco de su murmullo,
asciende por los riscos ásperos del orgullo,
baja por la constancia y desciende al abismo
cuya estrada sombría guardan siete panteras:
son los Siete Pecados las siete bestias fieras.
Llena la copa y bebe: la fuente está en ti mismo
Rubén Darío (Nicaragua, 1867 -- 1916)
jueves, 26 de marzo de 2009
Caracol
A Antonio Machado.
En la playa he encontrado un caracol de oro
macizo y recamado de las perlas más finas;
Europa le ha tocado con sus manos divinas
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.
He llevado a mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas;
le acerqué a mis oídos, y las azules minas
me han contado en voz baja su secreto tesoro.
Así la sal me llega de los vientos amargos
que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos
cuando amaron los astros el sueño de Jasón;
y oigo un rumor de olas y un incógnito acento
y un profundo oleaje y un misterioso viento...
(El caracol la forma tiene de un corazón.)
Rubén Darío
sábado, 21 de marzo de 2009
Retiro espiritual
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversacion con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas
Considerando en frío, imparcialmente
Considerando en frío, imparcialmente...
Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina...
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...
Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...
domingo, 15 de marzo de 2009
Madrigal algébrico
P. Crespo (año de María Castaña, la fotocopia es de color sepia)
domingo, 1 de marzo de 2009
Zumbidos del caracol
Zumbidos del caracol
¿Nunca inclinasteis con fe los oídos al cerco redondo
de un caracol encantado que engrecan marinos lunares,
donde, al igual que por largo turbante, se elevan del fondo
voces, cadencias, estruendos de trompas y gritos de mares?
En su interior, de las olas se escucha la vida latente,
y recogida en el hueco de nácar que clama vibrando,
va la epopeya marina, que abarca del Norte al Oriente,
como en Ilíada de nácares cóncava rugiendo y zumbando.
En lo profundo se escucha la risa de Venus fecunda
al retorcerse el cabello en las ondas cual trigo ondulante,
y la carrera veloz de Neptuno que truena rotunda
con sus corceles que estampan los cascos con ruido gigante.
Se escucha el libre jugar que levantan los raudos tritones
sobre el cristal infinito de rizos que el viento dilata,
y oís las náyades que aéreas se mecen lanzando canciones
sobre el colchón de plumajes que embuclan los mares de plata.
Y cuando goza el oído sintiendo del fondo el encanto,
se oye de pronto subir de los nácares, en breve compendio,
bronca tragedia de bárbaros gritos que hielan de espanto
al ondular cual penacho en los mares la luz del incendio.
Os cuenta el nácar las madres que lloran, los niños que claman,
las despedidas, los golpes tremendos que da el oleaje,
los griteríos que en locos tumultos los vientos derraman
y el resilbar de las cuerdas ardiendo con gozo salvaje.
Y se os figura actor de mil labios, un trágico intenso,
el caracol que el magnífico drama recita iracundo,
con alaridos y lenguas de llamas de son tan inmenso
como si ardiera cual un promontorio la esfera del mundo.
Son otras veces clamores de tierra los que oye el sentido,
fiestas grandiosas que prenden los lazos de luz de las razas,
o de cantantes en noches de triunfo la voz y el sonido,
o los broqueles, combates navales y choques de mazas.
Toda la vida, lo intenso y lo grande del mar y la tierra,
del caracol repercute en los círculos igual que un encanto,
en cuyo fondo se escuchan vibrantes, al par de la guerra,
los oradores, las bombas, los órganos, la risa y el llanto.
El caracol es cerebro que piensa y es pecho que llora,
en microcosmos que encierra infinito zumbar de cordajes;
todos los gritos los tienen sus nácares que el iris colora,
y de los hombres, las aves, los brutos, los varios lenguajes.
Mi vario libro que el alma ha rimado del mar a la orilla,
es caracol que tumultos distintos de voces encierra,
en cuyo largo turbante se esconde la audaz maravilla
de aprisionar con palabras y ritmos el haz de la tierra.
Pegad ansiosos los dulces oídos buscando su fondo,
y escucharéis ascender en mareas del largo turbante,
hecha cadencias la vida del hombre que va en lo más hondo,
como el torrente de voces y gritos de un gran concertante.
Un caracol es mi libro, formado de ritmos vehementes;
grande es su boca, que vibra cual ancha corona de palma;
si os ajustáis a los hombros oídos sus bordes ardientes,
¡percibiréis el servir sempiterno del mundo y del alma!
Salvador Rueda (1857 -- 1933)
Se percibe bien la musicalidad propia del modernismo.