Alguien me hizo notar que ya falta poco para la entrada de la primavera. Así que hay vida tras los cristales, sin más que doblar la próxima esquina del tiempo, dije. Un poema con resonancias musicales, para celebrarlo, entonces:
Zumbidos del caracol
¿Nunca inclinasteis con fe los oídos al cerco redondo
de un caracol encantado que engrecan marinos lunares,
donde, al igual que por largo turbante, se elevan del fondo
voces, cadencias, estruendos de trompas y gritos de mares?
En su interior, de las olas se escucha la vida latente,
y recogida en el hueco de nácar que clama vibrando,
va la epopeya marina, que abarca del Norte al Oriente,
como en Ilíada de nácares cóncava rugiendo y zumbando.
En lo profundo se escucha la risa de Venus fecunda
al retorcerse el cabello en las ondas cual trigo ondulante,
y la carrera veloz de Neptuno que truena rotunda
con sus corceles que estampan los cascos con ruido gigante.
Se escucha el libre jugar que levantan los raudos tritones
sobre el cristal infinito de rizos que el viento dilata,
y oís las náyades que aéreas se mecen lanzando canciones
sobre el colchón de plumajes que embuclan los mares de plata.
Y cuando goza el oído sintiendo del fondo el encanto,
se oye de pronto subir de los nácares, en breve compendio,
bronca tragedia de bárbaros gritos que hielan de espanto
al ondular cual penacho en los mares la luz del incendio.
Os cuenta el nácar las madres que lloran, los niños que claman,
las despedidas, los golpes tremendos que da el oleaje,
los griteríos que en locos tumultos los vientos derraman
y el resilbar de las cuerdas ardiendo con gozo salvaje.
Y se os figura actor de mil labios, un trágico intenso,
el caracol que el magnífico drama recita iracundo,
con alaridos y lenguas de llamas de son tan inmenso
como si ardiera cual un promontorio la esfera del mundo.
Son otras veces clamores de tierra los que oye el sentido,
fiestas grandiosas que prenden los lazos de luz de las razas,
o de cantantes en noches de triunfo la voz y el sonido,
o los broqueles, combates navales y choques de mazas.
Toda la vida, lo intenso y lo grande del mar y la tierra,
del caracol repercute en los círculos igual que un encanto,
en cuyo fondo se escuchan vibrantes, al par de la guerra,
los oradores, las bombas, los órganos, la risa y el llanto.
El caracol es cerebro que piensa y es pecho que llora,
en microcosmos que encierra infinito zumbar de cordajes;
todos los gritos los tienen sus nácares que el iris colora,
y de los hombres, las aves, los brutos, los varios lenguajes.
Mi vario libro que el alma ha rimado del mar a la orilla,
es caracol que tumultos distintos de voces encierra,
en cuyo largo turbante se esconde la audaz maravilla
de aprisionar con palabras y ritmos el haz de la tierra.
Pegad ansiosos los dulces oídos buscando su fondo,
y escucharéis ascender en mareas del largo turbante,
hecha cadencias la vida del hombre que va en lo más hondo,
como el torrente de voces y gritos de un gran concertante.
Un caracol es mi libro, formado de ritmos vehementes;
grande es su boca, que vibra cual ancha corona de palma;
si os ajustáis a los hombros oídos sus bordes ardientes,
¡percibiréis el servir sempiterno del mundo y del alma!
Salvador Rueda (1857 -- 1933)
Se percibe bien la musicalidad propia del modernismo.
domingo, 1 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario