Debo haber envejecido. Me conmueve
una minúscula semilla de tomate
perdida entre las migas de mi mesa de café.
Desorienta sentir esta emoción
suscitada por una semilla de tomate.
Supuse siempre que serían grandes temas
los que en mí despertarían el aliento del poema.
Cuestiones que importaran a todos los hombres,
cuestiones de fondo, sustanciosas. Pero no.
Es una pequeña semilla de tomate
lo que ahora me llama,
húmeda y sola sobre la mesa de mármol
donde acabo de comer.
Allí está. Algún fulgor despide todavía
y pronto morirá.
Allí está. Perdida para siempre y sin embargo
viva todavía.
Nada tiene de bella. Sólo es real.
Allí está, como una bruma
a través de la que alcanzo
de algún modo a adivinarme.
Aquí estoy. Sin duda, soy un hombre
hermanado a una semilla de tomate,
a una semilla única, viva aún, irrepetible,
infinita entre las migas de mi mesa de café.
Santiago Kovadloff
miércoles, 18 de junio de 2008
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