A Federico García Lorca.
Una embestida de toros sin ojos
las balas
fueron para tí, Federico.
Las cornadas trajeron el ropón
de tu noche más última.
En los colmillos del tiempo,
tras el telón, de tu lado,
desde entonces se evaporan
remisamente los átomos
del prodigio aquel que fuiste.
Sujeto a un reloj de arena
y desde este otro lado, yo,
precariamente despierto,
miro y aprecio la herencia
de tanto como alcanzó
a escribir tu fértil mano.
¡Qué colosal avenida,
donde tú la torrentera!
Hoy que la tarde se acerca
con su vestido de plomo
---las nubes ya se pusieron
todas su mantilla negra---
yo convoco las palabras
que entonces fueron tan tuyas.
Y ahora una procesión
de figuras y señales
discurre entre mi persona
y tu distante retrato.
Llegan solitarias unas,
de la mano vienen otras,
de algunas voy a decirte,
tan amigo, tan hermano.
Veo que se acerca la luna
con peineta de carey,
su grave rostro manchado
por lágrimas de mercurio.
Viene a pedirte perdón,
porque lastrada por siglos
de hondo miedo y de vergüenza
faltó a la cita postrera
¡tu cara luna andaluza!
Pasan también las adelfas
que cortaron de tu patio
los mismos que antes marcaron
aquella cruz en tu puerta.
Pasa la niña del pozo
la niña ahogada en el agua
¡agua que no desemboca!
Pasa la monja gitana
(pasan malvas y manteles)
Pasa un caballo asustado.
Pasa un perro cabizbajo.
Duerme tranquilo, lucero
de los versos de las noches.
Ya se fueron las cicutas,
ya no quedan más ortigas.
Ya sólo queda mi tienda
donde por ti vendo sombras.
Regalo a la vez faroles
para espantar las tinieblas.
P. Crespo
18 agosto 2008