desvarío acaso cuando digo que esa mujer
desnuda en la ventana
se ha despojado del crepúsculo para que el aire llegue
finalmente
a sus paisajes más remotos
ahora que todo el mundo puede ver
que sus pezones duermen torrencialmente
y que una hecatombe de sombras llena sus ojos de bocas de lobo
ahora que no es difícil adivinar
la huella que ha dejado entre sus piernas
un lento caracol de arena
quién podría decir que en la ventana no hay un incendio inmóvil
una estatua de humo con breves pájaros en las puntas de los dedos
a quién podría ocurrírsele confundirla con el reflejo del mar
con la escasa lengua de yodo sobre las plumas de una gaviota
esa mujer tiene una enorme soledad apoyada en las rodillas
una tormenta de caballos en sus labios apenas abiertos
y yo puedo enumerar cada una de sus derrotas
en los lunares de la espalda
dirán como siempre que es sólo una habitación
invadida por la luz de la tarde
solamente una ventana
desde la que se ven los patios abandonados
los juguetes oxidados de una casa arrasada por la ausencia
pero el leve movimiento de sus párpados
agita el agua de las botellas
lanza el océano contra las paredes de los vasos
hunde veleros y sueños en una sola de sus lágrimas
me pregunto si acaso es necesario repetir que desde sus pies hasta el cielo
su estatura es la distancia exacta del abismo
o el espacio imprescindible para guardar los gemidos y las sombras
qué importa entonces si nunca ha oído hablar del teorema de pitágoras
o si sabe que su pecho izquierdo forma un ángulo recto con la costa
lo que importa en realidad
es que se ha desnudado lentamente
y ahora hay un ejército de olores en la penumbra del suelo
mientras los espejos multiplican el perfil de sus nalgas
ante una jauría de perros de saliva
qué importa su nombre ahora que inclina el vientre
hasta rozar el recuerdo del hombre que la mira
ahora que suspira profundamente
con un sonido que hace pedazos la neblina
desvarío acaso cuando digo que cualquier solitario
podría ocultar sus crímenes y sus parques
en la escarpada playa de sus dientes
o que no lloverá
hasta que ella haya cubierto las dos mitades de su luna
y decida finalmente elegir entre el otoño y el color de los árboles
o deje de mover el mundo
cuando alza una mano y la apoya
en la transparencia del viento
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