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miércoles, 19 de marzo de 2008

Arthur Clarke: Odisea final


Hoy ha muerto en Sri Lanka (antes Ceilán) el escritor de ciencia ficción, divulgador científico e inventor (fue el primero en sugerir la idea de los satélites artificiales para fines de comunicación) Sir Arthur C. Clarke, a los noventa años de edad.

Sus relatos y novelas de ciencia ficción se caracterizan por su verosimilitud en lo que se refiere a los detalles técnicos o científicos en general. Su relato corto "The Sentinel" (El centinela) fue el germen del guión de la película 2001: una odisea del espacio, producida y dirigida por Stanley Kubrick, película que es un clásico del género además de uno de productos mejor logrados del cine. Clarke escribió su novela homónina al mismo tiempo que desarrollaba el guión --al alimón con Kubrick--, y de hecho simultáneamente con partes de la película. Más tarde seguirían las otras tres novelas de la tetralogía Odisea (2001: Una odisea espacial -1968-, 2010: Odisea dos --1982--, 2061: Odisea tres ---1987--- y 3001: Odisea final ---1996---).

El fin de la infancia, Cita con Rama, la colección de relatos El viento del Sol y Relatos de diez mundos son algunas de sus obras más conocidas. Clarke residía en Sri Lanka desde 1956, lugar que eligió principalmente debido a su interés por la exploración submarina.

Otro de los sellos que distinguen a la obra de ciencia ficción de Clarke es su preocupación por lo que sería el contacto con civilizaciones alienígenas. Su punto de vista en relación con este aspecto es que nos separarían diferencias tan grandes que impedirían de hecho una comunicación efectiva. El resultado sería semejante a lo que viene a ser por parte nuestra el descubrimiento de un hormiguero, por poner un ejemplo. De hecho esta cuestión constituye el hilo conductor de 2001: Una odisea espacial, desde el monolito inicial dejado en la Tierra por una civilización externa que visita planetas en busca de indicios prometedores de vida inteligente, pasando por el monolito en la luna que hace las funciones de testigo (El centinela), hasta el monolito-puerto hacia las estrellas en las cercanías de Júpiter. Cuando a través de una especie de agujero espacial se alcanza el contacto con la civilización ---ahora en una etapa tan evolucionada que les otorga una entidad no material--- la comunicación no es posible. No lo es desde luego en el sentido del entendimiento humano con la civilización que le captura, aunque ésta lo explora en ambos sentidos: recorre su memoria (Bowman se ve niño) y extrapola el devenir de su ser hacia el futuro (Bowman se ve anciano), para terminar convirtiéndolo en una entidad energética, el niño-estrella que regresa a la Tierra.

Tanto la película como la novela presenta otro de los temas frecuentes en la ficción científica: la posibilidad de adquisición de conciencia propia por parte de las máquinas complejas, como es el caso del computador de a bordo, HAL 9000. Es antológica la escena de la regresión 'mental' del autómata, evocando recuerdos antiguos, a medida que David Bowman le va retirando ---en un trabajo de ' lobotomía' extrema--- tarjetas de circuitería hasta el desarme total de la máquina. Este pasaje revela mejor que cualesquiera otros (las discusiones con los tripulantes) que HAL había adquirido ciertamente alguna forma de conciencia; en este sentido su conducta no debe interpretarse mediante los parámetros con los que se presenta el comportamiento de los famosos robots de Isaac Asimov (Yo, robot y demás obras de la serie), en las cuales las pautas en apariencia arbitrarias no son sino el resultado de un conflicto interno entre las 'tres leyes fundamentales de la robótica'. Así pues, los robots de Asimov son máquinas sin alma que dan muestras de comportamientos no esperados, pero está claro que HAL desarrolla conciencia de sí mismo. Nuestra opinión, no obstante, es que este fenómeno no puede darse en un autómata construido para seguir pautas de tipo algorítmico. Cabe pensar que la conciencia sea una propiedad emergente de organismos materiales cuando se da el requisito necesario ---y probablemente no suficiente--- de una complejidad muy elevada, pero otro requisito es que dicha complejidad no esté sujeta al seguimiento de pautas algorítmicas, como sucede con los computadores. La limitación de lo que es posible realizar mediante algoritmos ha sido explorada por la disciplina de la teoría de la computabilidad, uno de cuyos iniciadores fue Alan Turing. Conviene destacar, no obstante, que, pensando probablemente en estas limitaciones, Clarke describiera a HAL como "computador algorítmico programado heurísticamente" (Heuristically programmed ALgorithmic computer), lo que en cierto modo relaja la restricción aludida.

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