Os envío el poema prometido,
por el gesto de estar a vuestro lado.
¡Qué pobre es no tener sino palabras,
qué poca cosa es regalar un canto!
La boca es una herida que se cura
sólo cuando se cierra en el abrazo.
Verso o tambor: sonoro es lo vacío.
Tarde me he dado cuenta del fracaso.
¿Qué importan las altísimas estrellas
al hombre que no alcanza a su tejado?
A él le basta el alero
donde anidan los pájaros...
Si yo lograra dar a la palabra
forma de yunque, pesantez de arado,
convertirla en paloma o herramienta
que pudiera cogerse con las manos...
Si intentara quitarme esos laureles
para dar gusto al cotidiano caldo
del hombre que no tiene biblioteca,
pero sí tiene corazón y brazos...
Que el verso ya no fuera
un mensaje cifrado,
sino un objeto humilde y hogareño,
universal y necesario.
Arrullo para niños,
conseja para ancianos,
pie de las aleluyas,
o al menos epitafio.
Algo sencillo y vivo, intercambiable,
tibio como un cigarro,
que pudiera ofrecerse a los amigos,
como las buenas tardes da el ocaso.
Entonces yo os hubiera
enviado el poema sin reparo.
Me llamaríais Pedro, simplemente,
sin discriminativo de Lezcano,
y yo os diría: Amigos, hasta siempre,
perdonadme este vano,
trivial y palabrero
obsequio que os hago.
Pedro Lezcano (A Juan Betancor Sánchez)
domingo, 16 de diciembre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario