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sábado, 29 de diciembre de 2007

Bodas de sangre


Acto segundo

Cuadro I

[ . . . ]

Novia: (Apareciendo todavía en enaguas y con la corona de azahar puesta) Lo trajo.

Criada: (Fuerte) No salgas así.

Novia: ¿Qué más da? (Seria.) ¿Por qué preguntas si trajeron el azahar? ¿Llevas intención?

Leonardo: Ninguna. ¿Qué intención iba a tener? (Acercándose.) Tú, que me conoces, sabes que no la llevo. Dímelo. ¿Quién he sido yo para ti? Abre y refresca tu recuerdo. Pero dos bueyes y una mala choza son casi nada. Esa es la espina.

Novia: ¿A qué vienes?

Leonardo: A ver tu casamiento.

Novia: ¡También yo vi el tuyo!

Leonardo: Amarrado por ti, hecho con tus dos manos. A mí me pueden matar, pero no me pueden escupir. Y la plata, que brilla tanto, escupe algunas veces.

Novia: ¡Mentira!

Leonardo: No quiero hablar, porque soy hombre de sangre, y no quiero que todos estos cerros oigan mis voces.

Novia: Las mías serían más fuertes.

Criada: Estas palabras no pueden seguir. Tú no tienes que hablar de lo pasado. (La criada mira a las puertas presa de inquietud.)

Novia: Tienes razón. Yo no debo hablarte siquiera. Pero se me calienta el alma de que vengas a verme y atisbar mi boda y preguntes con intención por el azahar. Vete y espera a tu mujer en la puerta.

Leonardo: ¿Es que tú y yo no podemos hablar?

Criada: (Con rabia) No; no podéis hablar.

Leonardo: Después de mi casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una culpa nueva que se come a la otra; pero ¡siempre hay culpa!

Novia: Un hombre con su caballo sabe mucho y puede mucho para poder estrujar a una muchacha metida en un desierto. Pero yo tengo orgullo. Por eso me caso. Y me encerraré con mi marido, a quien tengo que querer por encima de todo.

Leonardo: El orgullo no te servirá de nada. (Se acerca.)

Novia: ¡No te acerques!

Leonardo: Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!

Novia: (Temblando) No puedo oírte. No puedo oír tu voz. Es como si me bebiera una botella de anís y me durmiera en una colcha de rosas. Y me arrastra y sé que me ahogo, pero voy detrás.


Federico García Lorca



A continuación:



Carlos Saura
Antonio Gades, Cristina Hoyos
Paco de Lucía

Hace más de treinta años tuve ¿la bendición? ¿don de los dioses? de ver a Gades (a quien había admirado desde mi infancia) y a su troupe, en el teatro Odeón de Buenos Aires (que ya no existe), con esta coreografía y con la participación de Paco de Lucía (¡!).
Era difícil mantener en otro medio la atmósfera (¡tanta emoción!, ¡tanta intensidad!) que un talento supremo había creado para el escenario. No sé qué director que no fuera Carlos Saura hubiera podido lograrlo:

2 comentarios:

JMAiO dijo...

La danza es una interdependencia espacial... y emocional. ¡Cómo hacen honor a esta definición Gades y Hoyos! Es difícil hallar mayor expresividad, mayor compenetración.

Pneuma dijo...

Cuando uno llega después de jmaio lo único que cabe decir es

¿Qué puede decirse de este artículo que no haya sido dicho ya?

Gracias, Alina, por traer tanta belleza desde tan lejos y tan a raudales.