A la una te miré;
a las dos te empecé a amar;
a las tres te pude hablar;
y a las cuatro te admiré;
a las cinco me ausenté;
a las seis ya no te vi;
cuando a las siete volví,
hallé tu cariño escaso;
no hiciste a las ocho caso;
a las nueve huí de ti.
Dieron las diez, ¡ay de mí!,
un amor que era de bronce
se desvaneció a las once,
y a las doce... me dormí.
Anónimo
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2 comentarios:
Precioso, como todo lo que traes aquí . Y yo, como tantas veces, con el paso cambiado, que creía que íbamos de filosofías. Y es que, por culpa de los meridianos, mis dos son tus diez.
Tenías razón. Íbamos de filosofías. Pero creí que no habría socios o asociantes... y me apresuré con el giro.
Como la culpa no es de los meridianos, me disculpo.
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