inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas moscas voraces,
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
- que todo es volar -, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
Antonio Machado
Este verso ha sido traído aquí para mostrar cómo una cosa se hilvana con otra, casi sin que uno intervenga más que como instrumento involuntario. Al ver la fotografía del monumento a Manuelita (post anterior) me sorprendieron lo que parecen vacas pastando al fondo. Pero enseguida caí en la cuenta de que estamos en Argentina, de modo que pensé: las inevitables vacas. Y de ahí al poema de Machado no hay más que un corto paso.
Para que nadie piense que tengo algún prejuicio contra las vacas aclaro aquí (o quizá sería mejor decir declaro aquí, pero no nos pongamos solemnes) que yo aprendí a leer con tres revistas argentinas, las únicas entonces a mi alcance:
La una se llamaba Para Tí. No debía ser para mí, porque no puede decirse que sea yo precisamente un arbiter elegantiarum. Aprendí con ella, no obstante, que nueve de cada diez actrices de cine de Hollywood usan jabón Palmolive. Y también que la nieve es una cosa blanca que sucede en las montañas.
La otra se llamaba Billiken. Me vienen a la memoria vagamente las aventuras de un tal Don Facundo Pelito, pero es posible que ahora confunda recuerdos.
Y finalmente, pero "last but not least", La Chacra. De ella proviene la enciclopédica cultura acerca de las vacas que me caracteriza. El problema es que durante mucho tiempo seguí creyendo que las vacas eran por esencia animales condecorados, tantas eran las medallas con las que aparecían en las fotos. Y por La Chacra fue como supieron en mi familia que yo sabía leer, y que había aprendido no se sabe cómo, porque no pisé por vez primera el colegio hasta mucho más tarde. La cosa fue que mi tía Ana llegó un día a casa acompañada de una amiga, y como les extrañó que yo estuviera absorto en la tal publicación, me preguntó señalando el título de la revista (un nombre no común en Canarias): A ver ¿qué dice aquí?, a lo que contesté presto y no sin cierta insolencia: ¡Bah! ¡La Chacra!. Enseguida se propagó la noticia por la casa, y tuve yo así mi primera hora de fama.
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